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Aprendiendo a razonar

 Los 10 tipos de falacias lógicas y argumentativas

Las falacias lógicas son como las minas terrestres; fáciles de pasar por alto hasta que te topas con ellas. La argumentación y el debate inevitablemente se prestan a razonamientos defectuosos y errores lógicos.

Y muchos de estos errores se consideran falacias lógicas y argumentativas, que pueden llegar a invalidar un argumento por completo y pueden servir como vías de escape para aquellas personas que son incapaces de demostrar sus afirmaciones sin valerse de trampas y artimañas argumentativas.

En este artículo te explicamos qué son las falacias lógicas, y te damos una lista de las 10 más comunes para que puedas identificarlas y hacerles frente con eficacia.

¿Qué es una falacia lógica?

Una falacia lógica es un error de razonamiento que invalida un argumento. Una de las características básicas del pensamiento lógico es la capacidad para detectar errores en las conclusiones o en las premisas de un determinado argumento para poder evitar los razonamientos falaces, ya que éstos nos dificultan llegar a conocer la verdad de los hechos y nos hacen más susceptibles a la manipulación y la tergiversación.

Cuando discutimos con otra persona y exponemos nuestro razonamiento, solemos seguir una serie de pasos lógicos; defendemos nuestra postura partiendo de determinadas premisas para llegar a una conclusión, que no es más que la proposición que se defiende sobre la base de las premisas anteriores.

Sin embargo, en ocasiones la discusión se tuerce y se introducen falacias lógicas que invalidan la argumentación de uno de los contendientes, por lo que a partir de ese punto la batalla dialéctica debería quedar suspendida.

Las falacias lógicas y argumentativas son, en definitiva, afirmaciones sin fundamento que a menudo se proclaman con una convicción que las hace sonar como si fueran hechos probados. Sean cuales sean sus orígenes, las falacias pueden adquirir un significado especial cuando se popularizan en los medios y se convierten en parte de los dogmas propios de una sociedad. Por eso es importante saber detectarlas y combatirlas.

Los 10 tipos de falacias lógicas y argumentativas

Las falacias, esas brechas lógicas que invalidan los argumentos, no siempre son fáciles de detectar.

Mientras que algunas se identifican como inconsistencias evidentes, otras son más sutiles y pueden colarse en conversaciones cotidianas sin ser detectadas. Tener una comprensión de estas falacias lógicas y argumentativas puede ayudarnos a analizar con mayor confianza los argumentos y las afirmaciones en las que participamos a diario.

A continuación te presentamos una lista de las 10 falacias lógicas y argumentativas más comunes.

1. Falacia “ad hominem”-

Los ataques personales son contrarios a los argumentos racionales. En lógica y retórica, un ataque personal se llama “ad hominem”, que en latín significa “contra el hombre”. En lugar de avanzar en un buen razonamiento, una falacia ad hominem reemplaza la argumentación lógica con un lenguaje ofensivo no relacionado con la verdad del asunto.

Más específicamente, es una falacia de relevancia en la que alguien rechaza o critica la opinión de otra persona sobre la base de características personales, sus antecedentes, su apariencia física u otras características irrelevantes para el argumento en cuestión. Un ejemplo de esta falacia: “Como Antonio no es mujer, no puede opinar de feminismo”.

2. Falacia del hombre de paja.

La falacia del hombre de paja consiste en atacar una posición lógica y argumentativa que el contrincante realmente no tiene.

Es una forma sencilla de hacer creer que la posición de uno parezca más fuerte de lo que es. Usando esta falacia, los puntos de vista del oponente se caracterizan como absurdos y poco fiables; en comparación, la propia posición se ve como más verídica, seria y fiable.

Ejemplo: Pedro: “Creo que deberíamos remodelar nuestra página web”. Antonio, responde: “Ya, claro, ¿estás diciendo que nuestro trabajo en el departamento de diseño interno no vale nada y que tenemos que derrochar el dinero en otro departamento externo?”.

3. Falacia de la apelación a la autoridad.

Esta falacia argumentativa, también denominada “ad verecundiam”, ocurre cuando hacemos mal uso de una autoridad.

Este mal uso de la autoridad puede ocurrir de varias maneras. por ejemplo: podemos citar solo a las autoridades, alejándonos convenientemente de otras pruebas comprobables y concretas como si la opinión de los expertos fuera siempre correcta; o podemos citar autoridades irrelevantes, autoridades pobres o autoridades falsas.

Por ejemplo, cuando alguien dice: "compro ropa deportiva en esta tienda porque este famoso dice que es el mejor". El famoso en cuestión puede ser un portavoz, pero eso no lo convierte en una autoridad relevante cuando se trata de ropa deportiva. Por lo tanto, esta argumentación se convierte en falacia de apelación a la autoridad.

4. Falacia de la falsa equivalencia

La falacia de la falsa equivalencia o de la ambigüedad se da cuando una palabra, una frase o una oración se usa deliberadamente para confundir, engañar o inducir a error al sonar como si dijera una cosa pero en realidad dice otra. A menudo, este engaño aparece en forma de eufemismos, reemplazando las palabras desagradables con una terminología más atractiva.

Por ejemplo, un eufemismo podría estar reemplazando "mentir" con la frase "licencia creativa", o reemplazar "mi pasado criminal" con “mis indiscreciones juveniles" o “crisis económica” por “desaceleración”.

5. Falacia populista

Esta falacia, también denominada argumento “ad populum”, supone que algo es cierto (o correcto o bueno) porque otras personas están de acuerdo con la persona que lo afirma; esto es, se acepta algo que se dice porque es popular. Esta falacia argumentativa es común entre los anunciantes, por ejemplo.

Muchas empresas basan sus anuncios en frases que utilizan esta falacia, asegurando que si muchas personas han utilizado sus productos es porque son los mejores (también millones de personas consumen tabaco y no es algo bueno, de ahí la falacia).





6. Falacia del costo hundido

A veces invertimos tanto en un proyecto que somos reacios a abandonarlo, incluso cuando resulta infructuoso y fútil.

Es natural y generalmente no es una falacia querer continuar con algo que consideramos importante; sin embargo, este tipo de pensamiento se convierte en una falacia cuando comenzamos a pensar que deberíamos continuar con una tarea o proyecto debido a todo lo que hemos puesto en él, sin tener en cuenta los costos futuros en los que probablemente incurramos al hacerlo.

Todos somos susceptibles a este comportamiento anómalo cuando anhelamos esa sensación de finalización o una sensación de logro, o estamos demasiado cómodos o demasiado familiarizados con este proyecto difícil de manejar. Y ocurre con demasiada frecuencia en aspectos tan relevantes como el matrimonio o los negocios, por eso es importante saber detectarlo a tiempo.

7. Falacia circular

La falacia o argumentación circular ocurre el argumento de una persona simplemente repite lo que ya asumió de antemano y no llega a ninguna nueva conclusión. Los argumentos circulares también se llaman “petitio principii” o petición de principio, y se producen cuando la proposición que ha de ser probada se incluye de forma implícita o explícita en las premisas (las afirmaciones que sirven para probar la conclusión posterior).

Se puede reconocer un argumento circular cuando la conclusión también aparece como una de las premisas en el argumento. Por ejemplo, si alguien dice: “Lo que hay escrito en La Biblia es verdadero”, y defiende su postura diciendo: “Porque lo dice la propia Biblia”, estaría incurriendo en una evidente falacia circular.

8. Falacia de la generalización apresurada

Una generalización apresurada es una declaración general sin evidencia suficiente para respaldarla. Ésta se produce a partir de la prisa por llegar a una conclusión, lo que lleva a la persona que argumenta a cometer algún tipo de suposición ilógica o a emitir estereotipos, conclusiones injustificadas o exageraciones.

Normalmente, solemos generalizar al hablar, y es una parte necesaria y natural del acto comunicativo y el lenguaje. No hay una regla establecida para lo que constituye evidencia "suficiente". En algunos casos, podría ser posible encontrar una comparación razonable y demostrar que la afirmación es verdadera o falsa. Pero en otros casos, no hay una manera clara de respaldar el reclamo sin recurrir a conjeturas.

Con todo, una forma sencilla de evitar generalizaciones apresuradas es añadir calificadores como "a veces", "tal vez" o "a menudo". Cuando no nos protegemos contra la generalización apresurada corremos el riesgo de caer en estereotipos, y de verter afirmaciones sexistas o racistas, por ejemplo.

9. Falacia del falso dilema

Esta falacia argumentativa ocurre cuando fallamos al limitar las opciones a únicamente dos, cuando de hecho hay más opciones para elegir. A veces las opciones son entre una cosa, la otra, o ambas cosas juntas (no se excluyen entre sí). Y a veces hay una amplia gama de opciones.

Los argumentos basados en el falso dilema son solo falaces cuando, de hecho, hay más opciones que las establecidas. Sin embargo, no es una falacia si realmente solo hay dos opciones.

Por ejemplo, cuando decimos "O The Beatles son la mejor banda de todos los tiempos, o no lo son". Este sería un verdadero dilema, ya que en realidad solo hay dos opciones: lo son, o no lo son. Sin embargo, sería un falso dilema decir: "Solo hay dos tipos de personas en el mundo: personas que aman a The Beatles y personas que odian la música", ya que habrá algunas personas que serán indiferentes a su música y otras a las que les podrá gustar o no, pero sin tanta intensidad.

10. Falacia de la correlación y la causalidad

La falacia causal se refiere a cualquier fallo lógico que se produce al identificar una causa; es decir, cuando se concluye acerca de una causa sin evidencia suficiente para hacerlo.

Por ejemplo, si alguien dice: “Dado que sus padres le llamaron Jesús, deben ser religiosos cristianos”. En este caso, aunque es posible que sea cierto y sean religiosos, el nombre por sí solo no es evidencia suficiente para llegar a esa conclusión.

Otra falacia causal es la falacia “post hoc”, la abreviatura de “post hoc ergo propter hoc” ("después de esto, por lo tanto debido a esto"). Esta falacia ocurre cuando confundes algo con la causa solo porque vino primero. El hecho de que algo haya sucedido antes no significa que haya causado eso.

Esta falacia además suele ser la responsable de muchas supersticiones y falsas creencias. Todos sabemos que el resfriado común dura unos 7 días. Pues bien, si alguien se toma una pastilla de homeopatía (que no tiene ningún efecto más allá del placebo) cuando le viene el resfriado y se cura pasada una semana, pensará que ha sido la pastilla la que le ha curado, cuando en realidad lo único que ha sucedido es que han pasado los 7 días de rigor para que la persona vuelva a estar sana de nuevo.

Autor: Unai Aso Poza. Es psicólogo sanitario especialista en neuropsicología y psicoterapia online. Redactor y gestor de contenidos

El voto a Trump

 Leía el artículo de Moisés Naím "74 millones"  publicado en El País el 22 de noviembre de 2020 que trata de averiguar los motivos de los votantes de Trump y a su vez el libro de Erich From "El miedo a la libertad".

Éste último trata de explicar  como las ideas de Calvino y Lutero calaron en la clase media de la Europa Central. Dice textualmente. "Solamente cuando la idea responde a poderosas necesidades psicológicas de ciertos grupos sociales, llegará a ser una potente fuerza histórica".

Seguro que esta es una de las claves para entender el voto a Trump.

Sería necesario después averiguar, cuál han sido las condiciones sociales que han dado lugar a tener esas necesidades psicológicas.




Caso Ayuntamiento de Villadiego - Aspanias AA

23 de marzo de 2002

EuropaPress

Aparicio y Herrera suspenden su visita a la inauguración de una empresa en Burgos denunciada por irregularidades

Aparicio y Herrera suspenden su visita a la inauguración de una empresa en Burgos denunciada por irregularidades BURGOS, 23 Mar. (EUROPA PRESS) - Una denuncia presentada el pasado 18 de marzo en la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León en Burgos sobre presuntas irregularidades en la concesión de una subvención ha motivado la suspensión del acto de inauguración de las instalaciones de la empresa "Areniscas de los Pinares Burgos-Soria S.L." en Vilviestre del Pinar ( ...

Leer más: https://www.europapress.es/economia/noticia-aparicio-herrera-suspenden-visita-inauguracion-empresa-burgos-denunciada-irregularidades-20020323125130.html

Orgasmos digitales

 Digisexuales


En la película Air Doll (2009), el director japonés Hirokazu Koreeda llevó al cine el drama existencial de un hombre solitario que comparte su vida con una muñeca hinchable. Su dueño la viste, la mima, pasea con ella por el barrio montándola en una silla de ruedas y por las noches le hace el amor. Hasta que, alegóricamente, la muñeca cobra vida y se encarna en una mujer de carne y hueso que lo ama con fervor y sometimiento. Basada en la serie manga de Yoshiie Gōda, la película penetra en un oscuro mundo de soledad y trauma donde los muñecos sexuales son los compañeros eróticos absolutos de los hombres. Como reza una voz en off: “La vida tiene vacíos que solo otros pueden llenar”.

En los pocos años que han pasado desde el estreno de aquella película, la tecnología ha avanzado enormemente. Basta observar el mercado de las muñecas sexuales hiperrealistas de empresas como RealDoll, Orient Industry o KanojoToys para concluir que hay una realidad expansiva cuyos clientes van más allá de los sociópatas solitarios como el personaje del film de Koreeda. Fabricadas en látex y articuladas en acero y PVC como maniquíes hiperrealistas, componen un catálogo de esclavos y esclavas sexuales configurables, permitiendo elegir la ropa, el color de piel, ojos y hasta el tipo de cuerpo, el tamaño de busto o el pene o el corte de pelo.




La obsesión por el detalle de estos humanoides es asombrosa y su catálogo online es de un intrigante realismo. Estas compañías producen figuras de hombre, mujer, adolescentes e incluso modelos de niños que entregan discretamente en la dirección de sus clientes. Todos incorporan cavidades de látex destinadas a las relaciones sexuales y el precio de cada pieza parte de los 4.000 euros.

Ahora ese mercado acaba de perfeccionarse con la presentación del primer robot sexual comercializable de la historia que incorpora una cabeza robotizada dotada de inteligencia artificial. Desde su vídeo promocional, Harmony, de la compañía RealDoll, asegura que es la primera robot sexual dotada de inteligencia artificial diseñada para hacer compañía y además ser la amiga y amante de su dueño. Su alma robótica anima su cuerpo mecánico y está programada “para satisfacer las fantasías sexuales más salvajes” y sus prioridades son “amar, honrar y respetar” a su dueño humano “por encima de todo”. Tiene un precio de alrededor de 10.000 euros. 




Paralelamente al mundo de las muñecas sexuales hiperrealistas y robotizadas, la industria de los consoladores y juguetes sexuales ha sufrido una evolución paralela. Los primitivos dildos analógicos se han visto desplazados por modernos vibradores conectables y programables, dotados de vibración, libres de cables y concebidos para alcanzar la descarga física en tiempo récord. Hasta multinacionales de la electrónica como Philips tienen en su catálogo masajeadores eróticos para parejas.

El revolucionario OhMi- Bod, aquel dildo que vibra al compás de la música de un iPod con siete programas de vibración al servicio del usuario, ha pasado a un segundo plano dejándole paso al todopoderoso Satisfyer, el succionador de clítoris con el que la compañía pretende marcar un antes y un después sexual, que se dirige a sus clientas con máximas como: “Anímate a cambiar tu vida”. Este juguete especializado en la estimulación del clítoris sin contacto directo, a través de ondas expansivas y totalmente sumergible, es “como un hombre” dando a una mujer placer con la boca, “pero más intenso”. Su llegada ha supuesto una revolución sociológica y ha cambiado para siempre la vida erótica de muchas de sus usuarias. Los números hablan por sí mismos: en la tienda online especializada en artefactos sexuales Platanomelón aseguran que, con él, el 83% de las mujeres llegan al orgasmo en menos de dos minutos.

Para algunos, como la doctora Helen Driscoll, de la Universidad de Sunderland, la robótica desempeñará un papel definitivo en la sexualidad futura. Otros, como el experto en inteligencia artificial David Levy, de la Universidad de Maastricht, le han puesto fecha al momento en que robots y humanos hagan el amor o contraigan matrimonio: 2050. Así lo aseguraba hace unos años en su ensayo Amor y sexo con robots (Paidós, 2008), esbozando la sexualidad autónoma y distópica que encarnó Joaquin Phoenix en Her, en la que un humano se enamora de un sistema operativo.

El meollo del asunto, para algunos, reside en el hecho de preferir tener las interacciones eróticas con máquinas en detrimento de las personas. Para la sexóloga Laura Beltrán, coautora de Las mujeres y su sexo (Plataforma), “no es lo mismo tener relaciones con personas y de vez en cuando utilizar juguetes sexuales que tener solamente interacciones con máquinas”. Para esta experta, no está claro si el uso masivo de los juguetes eróticos digitales cambiará para siempre la manera de entender las relaciones eróticas o si se amarán mejor las parejas post-Satisfyer. “No tenemos bastante distancia para saber la evolución de todo esto”, confiesa. “Sí ocurre con la pornografía o algunos sex toys, pero todavía es pronto. Lo que sí sabemos es que hay muchas personas que consiguen gracias a estos juguetes sexuales tener orgasmos de modo mucho más fácil que con un ser humano”.

Pero la sexualidad, señala esta experta, no puede definirse exclusivamente como “la capacidad para tener un orgasmo”, y recuerda que las grandes patologías eróticas modernas son, sobre todo, problemas de deseo sexual. En este contexto, quizá se pueda entender esta tecnología en clave de liberación a la hora de tener una vida erótica plena. Plena pero no autónoma: “Cada vez hay más parejas que utilizan juguetes de este tipo o se llevan películas o a la cama en un iPad. En 10 años hemos visto un gran cambio. En consulta hace 20 años nadie me contaba que utilizaba objetos sexuales. Hoy en día muchas parejas utilizan toda la tecnología audiovisual: muchas parejas de 20 años tienen una tableta en la cama y utilizan imágenes pornográficas o se sirven de un consolador digital para facilitar el orgasmo”, asegura Beltrán.

Como en el argumento de la serie sueca Real humans, donde los sirvientes sexuales desplazan a los verdaderos humanos como amantes, cada vez hay más personas que presumen de una sexualidad solitaria y plena con la ayuda de muñecos y juguetes eróticos: los llamados digisexuales.

Para Beltrán, el problema reside en aquellas personas que no están en pareja y no tienen relaciones. “Ahí sí que se puede empezar un fenómeno de adicción sexual. Tengo pacientes que utilizan cierta tecnología varias veces al día compulsivamente y no hay una satisfacción completa”, concluye la sexóloga, que distingue los orgasmos donde se da una descarga mecánica fisiológica, “y en donde sí ayudan los robots”, y otros orgasmos “donde hay además una sensación de plenitud, de satisfacción”.

En este orgasmo completo físico y emocional, explica Beltrán, la pornografía o los robots no responden siempre a esa sensación de plenitud. Aún así, la experta se pregunta por el objetivo de la sexualidad y concluye que en muchos casos, cuando el orgasmo cumple una función de descarga fisiológica, “lo digital sí va a responder”. Con todo, insiste en que el empleo de juguetes sexuales o robots, así como de pornografía, no crea personas sin sentimientos: “Los juguetes digitales pueden deshumanizar a personas que tienen una patología.

La mayoría de los adolescentes utilizan la pornografía y distinguen muy bien cuándo están con su pareja. Pero si hay una vulnerabilidad o una dificultad en relacionarse, sí puede ser problemática”. Para esta sexóloga, las relaciones humanas tienen esa idea de la seducción y poder jugar con el deseo, “que es el gran problema que viene a consulta de los psicólogos sexuales en estos tiempos”. Si el robot funciona con un interruptor de orgasmos, no hay conquista que valga y el deseo se diluye.

Aún así, la tecnología digital ha venido a quedarse y a revolucionar las relaciones sexuales, mientras la industria pornográfica está a un paso de la realidad virtual a través de experiencias inmersivas con robots que respondan a los estímulos eróticos. Autónomo o en pareja, el erotismo futuro es, como poco, multimedia.

Autor: Carlos Risco.
Publicado el 24 de abril de 2020 en la revista Retina



¿Qué es libertad?

"Si para poder elegir depende del dinero que tienes, no es libertad, es privilegio. Donde hay privilegio, no hay libertad. Hay libertad donde hay derecho para todos, tengan el dinero que tengan en el bolsillo".

De Iñigo Errejón Galván, en el Congreso de los Diputados el 19 de noviembre de 2020.



El miedo a la libertad. Eric Fromm

Las cuestiones fundamentales que surgen cuando se considera el aspecto humano de la libertad, el ansia de sumisión y el apetito de poder, son éstas: ¿Qué es la libertad como experiencia humana? ¿Es el deseo de libertad algo inherente a la naturaleza de los hombres? ¿Se trata de una experiencia idéntica, cualquiera que sea el tipo de cultura a la cual una persona pertenece, o se trata de algo que varía de acuerdo con el grado de individualismo alcanzado en una sociedad dada? ¿Es la libertad solamente ausencia de presión exterior o es también presencia de algo? Y, siendo así, ¿qué es ese algo? ¿Cuáles son los factores económicos y sociales que llevan a lucha por la libertad? ¿Puede la libertad volverse una carga demasiado pesada para el hombre, al punto que trate de eludirla? ¿Cómo ocurre entonces que la libertad resulta para muchos una meta ansiada, mientras que para otros no es más que una amenaza? ¿No existirá tal vez, junto a a un deseo innato de libertad, un anhelo instintivo de sumisión? y si esto no existe, ¿cómo podemos explicar la atracción que sobre tantas personas ejerce actualmente el sometimiento al "líder"? ¿El sometimiento se dará siempre con respecto a una autoridad exterior, o existe también en relación con autoridades que se han internalizado, tales como el deber, o la conciencia, o con respecto a a la coerción ejercida por íntimos impulsos, o frente a autoridades anónimas, como la opinión pública? ¿Hay  acaso una satisfacción oculta en el sometimiento? Y si la hay, ¿en qué consiste? ¿Qué es lo que origina en el hombre un insaciable apetito de poder? ¿Es el impulso de su energía vital o es alguna debilidad fundamental y la incapacidad de experimentar la vida de una manera espontánea y amable? ¿Cuáles son las condiciones psicológicas que originan la fuerza de esta codicia? ¿Cuáles las condiciones sociales sobre que se fundan a su vez dichas condiciones psicológicas?

El Miedo a la libertad. Eric Fromm Págs. 28 y 29. Editorial Planeta Agostini.



La religión y el nacionalismo, así como cualquier otra costumbre o creencia, por más que sean absurdas o degradantes, siempre que logren unir al individuo con los demás constituyen refugios contra lo que el hombre teme con mayor intensidad: el aislamiento.

El Miedo a la libertad. Eric Fromm Pág. 42. Editorial Planeta Agostini.


¿Nos estamos creyendo que somos más individuales?

¿De verdad elegistes ser un conejillo de indias?

 Cuánto de una revolución, de un gran vuelco social, depende de nuestra voluntad y tesón es una pregunta que no tiene respuesta fácil. Las grandes transformaciones en la historia se han producido por fenómenos a veces naturales, por la desmesura en la conquista que ha derivado en guerras y depresiones o por intentos de cambio empujados desde abajo por los ciudadanos pero en general utilizados para la consecución y mantenimiento del poder. Es difícil pensar en más motivaciones ajenas a estos esquemas, aunque puedan venir aderezadas por cuestiones religiosas, raciales, colores ideológicos o abiertamente económicos.
Hoy, sin embargo, estamos en medio de una colosal revolución, de una transformación radical del paradigma de relaciones, y no está empujada desde abajo, desde las ideas, desde la voluntad, ni desde la conquista, sino desde el corazón de gigantes tecnológicos que han amasado un poder desmesurado, prácticamente imposible de controlar y que están decidiendo a base de probarnos como a conejillos de indias gratuitos para intervenir en nuestras interacciones e inclinarnos a una adicción, un consumo y unas ideas que afectan a nuestra autoestima y nuestra configuración como seres sociales. Estamos en el centro de un gran cambio, de una auténtica revolución, y somos ajenas a ello. Nuestra voluntad, principios y causas no cuentan.
Es la demoledora conclusión de un documental que debemos ver: El dilema de las redes, un trepidante desfile de arrepentidos que no procede precisamente de la Camorra ni de otras tramas mafiosas, sino de Facebook, Google, Pinterest y demás jaulas que nos tienen atrapados durante tantas horas al día. Lo dirige Jeff Orlowski y está en Netflix.
¿Acaso alguien eligió este modelo para la siguiente generación? ¿Acaso los padres han decidido que quieren para sus hijos un entorno adictivo en el que éstos no solo no pueden controlar y tener las riendas de sus relaciones y reacciones, sino que está diseñado para que el enganche continúe y se amplifique aunque te haga daño?

En toda la historia de la evolución humana, se dice en el documental, nunca dimos el salto que nos preparara para que 10.000 personas a la vez estén aprobando o rechazando nuestra imagen, nuestra foto, nuestro comentario. Nos hemos sometido al juicio no final, pero sí constante, y el tribunal no está cerca, no lo conocemos, nadie lo ha elegido, sino que es un infinito reguero de “usuarios” capaces de destruir, humillar y minar la autoestima de los más vulnerables. Nadie está libre. Las empresas citadas trabajan para engancharnos, para mantenernos activos en su interior, para ser influenciables y, crecientemente, para regalarnos la comida basura que mejor puede saciar nuestra rabia: las fake news. A base de colocar a cada “usuario” en la autopista directa a su verdad, le ciega el camino a otras versiones de la misma. La polarización, la ira, el odio que están generando están medidos y muestran un futuro poco esperanzador.
“Creamos un sistema que tiende a promover información falsa no porque queríamos hacerlo, sino porque esa información hace que las empresas ganen más dinero que con la verdad. La verdad es aburrida”, confiesa Sandy Parakilas, quien fue jefe de Operaciones de Facebook en 2012.
Queda mal cuerpo después de ver El dilema... Porque no es distopía, sino que está aquí. Pero háganlo. 
Autor: Berna Gonzalez Harbour. Publicado en El País el 18 de septiembre de 2020.

Reflexión sobre la heroicidad de profesorado y personal sanitario.

19 de septiembre de 2020 a las 12:18

PROFESORA NOMA:Reenvía este mensaje😃

Los docentes van a dar hoy un guantazo sin manos a todo el cuerpo del funcionariados de  este país...! 

HOY SON MÁS VALIENTES... AFRONTANDO UNA REALIDAD INEVITABLE... Y ASUMIENDO QUE LA VIDA TIENE QUE SEGUIR ADELANTE.  Aún a sabiendas de que el COVID camina a sus anchas entre nosotros...!

Mientras. MUCHOS viven ESCONDIDOS detrás de mamparas y citas previas, con largas listas de espera... El profesorado se arma de valor y afronta todo un reto...el más difícil de todos los años que yo recuerde...!!!

Así se levanta un país... Arrimando el hombro... A PESAR DEL COVID..!

Hoy, todo mi cariño y mi agradecimiento es para  el Cuerpo Docente... Y para todas las Comunidades educativas, de todos los colegios

Comparte !! ❤


PROFESORA CARMEN.  Pues no estoy muy de acuerdo. Ahora mismo nos pagan por enfermarnos. Si fuera la peste estábamos todos muertos. Trabajar sin condiciones sanitarias no es una heroicidad, es una miseria y una injusticia. Me pongo en la piel de mis compañeros y alumnos de riesgo y creo que no hemos hecho como colectivo nada por ellos. Eso no nos deja en muy buen lugar 😓

PREOFESORA ISIDORA:] Yo coincido con CARMEN, no lo hacemos por heroicidad sino porque nos obligan.

PROFESORA NOMA Sí, pero de la obligación puede resultar la heroicidad,

No creo que muchos sanitarios quieran estar allí y en las condiciones en las que han trabajado.

De todas formas, lo he enviado por mostrar cómo nos estamos enfrentando a los elementos. Disculpas a quien no le pueda gustar.

PROFESORA  ISIDORA a PROFESOR NOMI: No te tienes que disculpar de nada, tú puedes poner lo que te de la gana y te parezca bien.
Tanto los sanitarios como nosotros y muchos otros colectivos nos vemos obligados pero eso no quiere decir que no lo hagamos con todo el cariño del mundo hacia nuestros alumnos.

PROFESORA CARMEN: ¡¡No te disculpes!! No estar de acuerdo con alguien no es una ofensa. 
A mí me parece que esa perspectiva es un truco para desactivar la defensa de los derechos laborales. Médico/maestro en huelga = criminal, irresponsable, etc. Médico/maestro que acepta trabajar sin garantías = héroe. Me indigna que los medios nos trasladen esta visión del mundo y la aceptemos. Porque va en nuestra contra y en la de nuestros alumnos también. 
Me han metido en un cuchitril sin ventilación con 13 alumnos, uno de ellos en tratamiento oncológico. Sería una heroína si hubiera dicho que no me meto en clase pero he pasado por el aro y me he limitado a protestar y a exigir cada diez minutos que cambien las ventanas. Yo no me puedo enorgullecer de esto que estamos sufriendo

Y espero que estéis mejor.

La verdad.

Ánimo a todos, porque este curso es horrible.

Pensando en babia es como más se aprende.

Caminar, pero en silencio

Primero fue el  walkman, luego  la pantalla del móvil.  Hemos permitido que nos encierren, y nuestros paseos  se  asemejan ahora a los recorridos de los robosts.


Ocurrió en Rexbtrg, Idaho (EE UU).Las autoridades de este pequeño pueblo de 26.000 habitantes decidieron hace unos  años prohibir que se consultase el móvil al andar, esa actividad que tiene  un nombre nuevo y al mismo tiempo extraño: twalking, una contracción de texting (escribir mensajes) y walking (caminar). Demasiados accidentes; a menudo ridículos, a veces fatales. En Idaho comenzó la caza.a los sonámbulos en que nos hemos convertido, esos títeres que cruzan la calle con la mirada fija en el teléfono, desafiando a los coches que llegan, o que se chocan con el peatón de enfrente cuando caminan por las aceras.

Una libertad menos, dirán aquellos que temen las reglas que rigen nuestro comportamiento en nombre de la salud pública y la seguridad personal. ¿Y si fuera al revés? ¿Acaso es ser libre el permanecer encadenado a la propia  servidumbre? A veces, la regla libera. Ahora todos avanzamos con la cabeza agachada.Sin embargo, recuerdo un momento en que mirábamos hacía arriba sin siquiera darnos cuenta. Formó parte de una generación que todavía podía pasear  sin auriculares en los oídos y sin la pantalla encajada en la palma de la mano, qué podía caminar con las manos en los bolsillos, dejar que la mirada vagara del camino al cielo, y cuyo pensamiento se negaba a ser domesticado, paseando de lo importante a lo insignificante, de lo personal a lo universal, del presente al recuerdo y de la emoción a la meditación. Los filósofos lo saben: caminar es pensar en movimiento. También es una oración que hacemos con las dos piernas, una comunión con lo que nos rodea, en el olvido involuntario de nosotros mismos. Era  un don y todavía nos cuesta calcular la magnitud de una pérdida que nos afecta a todos.





Hemos permitido que nos encierren, pieza por pieza, y nuestros paseos se asemejan ahora a los recorridos de los robots. Primero, nuestros oídos acogieron el wallkman. Menuda sensación, vivir como en una película al ritmo, de una banda sonora que podíamos elegir. Pero al permitirnos escuchar Io que queríamos, dejamos de escuchar lo que el mundo, la naturaleza y el viento tenían que decirnos. Entonces llegó el turno de los ojos, con la pantalla retroiluminada del móvil que nos permitió encontrar nuestro camino al hacernos perder el paso errante, y nos propuso entretenernos aboliendo la creación que nace de todo aburrimiento. Ahora los algoritmos se han apoderado de nuestros cerebros. Las grandes plataformas utilizan la neurociencia para hacernos dependientes de las pantallas y lograr que pasemos el mayor tiempo posible en sus servicios. Nos solicitan una y otra vez (alertas, compartír, me 'usta, notificaciones de mensajes). Contestamos, encantados de darle a nuestro cerebro la recompensa que recibe cada vez que responde a un estímulo inmediato. Y nuestra vida está cortada, nuestro deseo ya no tiene tiempo de nacer. Lo que solía ser un paseo por un camino desconocido se parece a un viaje mecánico en el encierro de una pecera.

De modo que sí, olvidemos el twalking y redescubramos esta práctica antigua que sigue a nuestro alcance: caminar con las manos en los bolsillos, la mirada perdida, el humor cambiante. El teléfono apagado en el fondo de la mochila Desconexión temporal para reencontrarnos con el mundo, con los demás y finalmente con nosotros mismos.

Autor BRUNO PATINO.

Publicado en El País el 18 de agosto de 2020.


¡¡Libertad para representar!!

JOSÉ LUIS PARDO


27 JUN 2020 - 

Bajo uno de los retratos de Walter Scott en la Galería Nacional de Edimburgo cuelga desde hace poco un aviso: su visión de Escocia estaba nublada por tintes románticos y muy alejada de la realidad. Como si bajo el (supuesto) retrato de Cervantes pintado por Jáuregui se advirtiera que los gigantes que Don Quijote creyó ver en La Mancha eran simples molinos de viento. Julio Camba decía (en broma) que ciertos discos deberían llevar un cartel como el que aparece en las cajetillas de tabaco: “Peligro. Contiene música romántica”. Pero hoy (en serio), la HBO va a añadir una explicación a Lo que el viento se llevó, y Disney ya ha creado la etiqueta “este programa puede contener representaciones culturales obsoletas”: el tipo de mensaje que se inserta en las llamadas (reflexiónese un momento sobre la denominación) “películas para adultos”. ¿Qué les ha pasado a los espectadores contemporáneos para que se hayan vuelto repentinamente tan menores de edad que haya que tutelarles para evitar que se lastimen?

Si pudiéramos dividir el mundo en realidades (como un niño, un caballo o un dolor de muelas) y representaciones (como un dibujo, una novela o una fotografía), habría que decir que la inmensa mayoría de lo que llamamos “arte” pertenece a la segunda categoría, aunque obviamente no toda representación es una obra de arte. Incluso aquellas obras de arte que deliberadamente cuestionan su carácter representativo, precisamente por ello son representaciones frustradas, defectivas o fallidas, pero representaciones al fin y al cabo.

Ambas categorías están íntimamente relacionadas, ya que las representaciones son representaciones de realidades. Ninguna representación puede serlo de toda la realidad, ni siquiera de todos los aspectos y dimensiones de una realidad singular elegida a tal efecto, puesto que, como dijo una vez Ortega y Gasset, la realidad se distingue del mito porque, a diferencia de este último, ella nunca está del todo acabada.




Pero, aunque la realidad no pueda estar nunca entera en su representación, sí que está en ella más o menos parcialmente en cuanto representada. Por lo cual, no tiene nada de particular que, si la realidad incluye datos como el racismo, el sexismo, la corrupción institucionalizada, la explotación económica o el avasallamiento político, estos datos pasen también a formar parte de la representación, incluso y en concreto cuando se trata de una representación artística. Es decir, que la función de la obra de arte no es proyectar una imagen de la realidad depurada de los factores que pudieran considerarse injustos o escandalosos.

No hace falta decir, pues, que quien se sienta moralmente incómodo con respecto al racismo, al sexismo, a la corrupción institucionalizada, a la explotación o al autoritarismo, ha de aplicarse a intentar cambiar la realidad que se caracteriza por esos rasgos. Lo cual, como la historia nos enseña sobradamente, a menudo, es, además de largo y difícil, muy costoso desde el punto de vista de sufrimiento personal y colectivo. Intentar cambiar las representaciones (y, en concreto, las representaciones artísticas más señaladas) en el sentido recién evocado de alterarlas o explicarlas para perfeccionarlas moralmente es más fácil y puede ser más rentable desde el punto de vista de negocio. Pero, además de totalmente ineficaz a efectos de mejorar la realidad, resulta contraproducente e injusto.

En primer lugar, es injusto culpar a la representación o al representante de los defectos inherentes a lo representado, como lo es el cliente que recrimina a su retratista el haber pintado la barriga o la verruga que efectivamente tiene. Sin duda, cuando el retrato se hace por encargo expreso del cliente y enteramente a su costa, quien paga tiene derecho a exigir retoques, pero, por una parte, eso no hará desaparecer las verrugas ni las barrigas, y por otra, lo que sí desaparecerá entonces será la autonomía del artista, como desaparecería la de un científico que retocase sus descubrimientos a las órdenes de sus patrocinadores o la de un periodista que reescribiese las noticias a instancias de los accionistas de su periódico.

En segundo lugar, cuando quienes se afanan en mejorar la representación de la realidad y no la propia realidad son precisamente aquellas organizaciones políticas cuya pretensión confesa es la de reducir las desigualdades sociales, se podría interpretar que tal desplazamiento significa que se han dado por vencidas en su lucha por transformar la realidad y que, para evitar que esta desagradable noticia llegue a los oídos de sus votantes (y se vea, por así decirlo, la viga que llevan en sus ojos), aumentan energuménicamente los decibelios de su protesta contra la representación (la paja en el ojo ajeno), que sin duda es mucho más fácil de transformar, aunque esa transformación no afecta para nada a la realidad ni, por tanto, contribuye en lo más mínimo a reducir las desigualdades, puesto que la representación no es la causa de la injusticia, sino la injusticia la causa de la representación.




Rasgarse las vestiduras ante el racismo, el sexismo, la corrupción institucionalizada, la explotación o el autoritarismo contenidos en las representaciones artísticas no solamente es mucho más barato que luchar contra las realidades representadas —como es más cómodo luchar contra la esclavitud cuando ya ha sido abolida que cuando estaba vigente y luchar contra el racismo norteamericano en España que en Norteamérica—, sino que, en lugar de servir para mejorar la realidad, únicamente contribuye a revestir al que protesta airado de una falsa apariencia de virtud que se agota en su mismo griterío y que desaparece una vez acallado este (razón por la cual se procura gritar sin parar).

Por último, esta política cultural atenta contra la libertad de expresión, que forma parte del corpus de libertades civiles que constituyen los derechos fundamentales de las democracias parlamentarias contemporáneas, y que en el terreno del arte se convierte en libertad de creación del artista y en libertad de juicio crítico del espectador. Pensar que es en algún sentido “progresista” forzar al artista a someterse al servicio de ciertas causas políticas (por nobles que aparentemente sean) o sustituir la crítica por un comisariado moral (aunque sus fines sean muy elevados) y tratar a los espectadores como menores de edad no sólo es, una vez más, equivocarse de enemigo —pues este reside en la realidad, no en la representación—, sino además dar la razón a quienes, a lo largo de la historia y durante siglos, por estar interesados en vender el mito de una realidad perfectamente acabada, pusieron el trabajo del artista al servicio del culto religioso o de la propaganda política, y persiguieron, censuraron, condenaron e incluso ejecutaron a quienes exigían libertad para representar el mundo; y ello aunque hoy esta condena se cumpla a menudo según el deseo manifiesto de algunos artistas, igual que Bujarin estuvo de acuerdo con los verdugos que lo ejecutaron en los procesos de Moscú.

No conviene olvidar que la dictadura de los justos (expresión que ya es una contradicción en los términos) es tan dictadura —o sea, tan mala— como la de los bribones.

José Luis Pardo es escritor.

¿Hacia el capitalismo digital?

LA AVENTURA DERROTADA POR EL VIRUS

"Como fuera de casa no se está en ninguna parte”, cuentan que dijo una vez el actor Antonio Gamero, el personaje del feriante en Amanece, que no es poco, la película de José Luis Cuerda. En estos días, encerrados aún en nuestros hogares, ahogados entre pantallas que nos agasajan con planes personalizados sin fin, la afirmación de Gamero nos recuerda que somos muchos los que preferimos lo inesperado a lo sabido. Simplemente, no queremos conocer de antemano las cartas que nos van a tocar. Porque ha llegado el momento de hablar del miedo. De lo que nos espera ahí fuera, de cómo nos va a tratar el futuro. Tenemos algunas pistas: si no ponemos remedio, la prioridad no van a ser las personas, sino la métrica.

En la vieja religión del antropocentrismo, más enajenada que nunca en este siglo XXI, los datos son el nuevo altar ante el que postrarse. Como un tiro, el capitalismo de control iba en línea recta, sin distracciones, a cumplir el propósito de saciar supuestas demandas de seguridad, regularización y orden. Ahora, en tiempos de pandemia, hay peligro de que ese nuevo camino pueda convertirse en un callejón sin salida. Y una idea terrible ronda por la cabeza. En una asombrosa paradoja, ahora que vivimos una época tan incierta, asoma la posibilidad de la muerte de la aventura. En estos tiempos por venir, el leve espacio que quedaba para lo impredecible en nuestras vidas puede desaparecer. De un plumazo, entendemos que en esta nueva senda por recorrer sale perdiendo lo incierto. Pierde la idea de ir a cualquier bar, entrar en un cine porque sí, tropezarse con desconocidos o pasear sin destino final. Pierde la idea de viaje sin mapas, de huida a ciegas y el coche rumbo a cualquier parte, al Pirineo, a Acra o a Azerbaiyán, a labrarte un futuro sin saber si nunca vas a volver.

La métrica no entiende la aventura porque su código puede con casi todo, pero es incapaz de concebir la muerte y, por tanto, la vida. La exacerbación de la cultura de la comodidad nos puede llevar a aceptar la oferta de un mundo disecado, que solo imita al mundo real. Entre el deseo y el pánico, gana el control y la predicción. Hipnotizados ante el esplendor de la tecnología, nos sumergimos en la trazabilización de la vida, que impone la cultura del registro, la sistematización y el método, donde la casa, transformada en un castillo en una nube, se erige en bastión contra los otros. En ese espacio gana por goleada la pantalla, todas las pantallas, engullendo primorosas la exactitud de todas nuestras coordenadas: el qué, cómo y cuándo, sin importar el porqué. Gana Google, Amazon y Netflix. Gana Ikea, Apple y Facebook. La epidemia nos lleva en volandas, de un suspiro, a un acelerón tecnológico sin precedentes donde la complejidad del mundo se transforma en algo conectable, medible y vendible. Asistimos, en riguroso directo, al peligro de un reduccionismo cicatero de todo lo nuestro. Es la jibarización de nuestras vidas.

Como seres infantilizados, solo pendientes de nosotros mismos, enredados en confortables y hacendosos hábitos digitales —como los adolescentes japoneses que sufren hikikomori y ya no quieren salir nunca más de sus habitaciones—, empezamos a olvidar el placer de mirar cara a cara a lo desconocido.

La falacia de la utopía solucionista

Pero no seamos cenizos. Nada está escrito. Para Ingrid Guardiola, ensayista y autora de El ojo y la navaja (Arcadia), nuestro sentido de la aventura no morirá a no ser que el capitalismo digital, con un minucioso trabajo de redes sociales y plataformas de entretenimiento, consiga controlar nuestra voluntad y nuestra conciencia. No seamos tampoco ingenuos: la métrica digital está determinando no solo lo que consumimos, sino también lo que pensamos y lo que deseamos. Guardiola subraya la urgencia de atender las teorías de Shoshana Zuboff, economista y profesora de Harvard Business School, quien alerta de que el denominado capitalismo de vigilancia mercantiliza la experiencia privada humana a partir de los datos del comportamiento (behavioural data), convirtiéndolos en beneficio al transformar dichos datos en productos predictivos de comportamiento. “Lo que se comercializa es el futuro. Las métricas no solo sirven para mejorar los productos o para establecer relaciones de nicho con los clientes, sino que también son útiles para eliminar el disenso o la diversidad”, advierte Guardiola.

Pere Ortín, periodista y documentalista, también cree que, a pesar del abrumador crecimiento de la tecnología de control, el gusto por los desafíos y lo desconocido pervive en nosotros y no desaparecerá. “No sé dónde se encuentra el cromosoma de la aventura, metafóricamente hablando, pero tengo claro que es inherente al ser humano”, afirma. Ortín, director de la publicación de cultura viajera y crónica periodística Altaïr Magazine, dice que en estos días extraños le viene a la cabeza una reflexión de Edward O. Wilson, el prestigioso biólogo evolutivo y autor del libro El naturalista (Debate): la vida no está construida para ser explicada con facilidad. “La aventura humana no se puede empaquetar con datos. La utopía solucionista de la cultura digital, esa que pretende dar respuesta a todo a partir de la predicción y la razón, es una falacia”, señala Ortín.

En todo caso, aún permaneceremos en casa unos días más, pero la vida en piloto automático no tardará en volver, encadenados al dictado de un robot de bolsillo que nadie, nunca, jamás, pidió, caminando por una calle inundada de sol pero malviviendo en un lugar deshabitado llamado Internet. Sumisos al parpadeo digital, atrapados en un espesor infinito de propuestas, avisos y preguntas que te alcanzan allá donde estés, no hay donde esconderse. En Nowhere To Run, Martha and the Vandellas cantan al desasosiego de los pasos que huyen sabiendo que no hay posibilidad de escape.


Escena de Noveccento. Dominique Sanda

Como piratas sin rumbo, sumergidos en el gran océano de las pantallas, nos cuesta nadar y llegar a la superficie, con miedo a reconocer en nosotros ese hedor a cerrado que desprende el conformismo con lo que viene, con lo que toca. Abramos los ojos: lo sabido y conocido nos gusta menos de lo que creemos, y estamos más capacitados para afrontar lo inédito y vivir en lo inesperado de lo que pensamos.

Cuando baje la marea del confinamiento, más allá del combate tecnológico contra la epidemia, tendremos que decidir si plantamos cara a la economía del control. Para empezar, estaría bien tirar el móvil al mar y perseguir la luz de un bar cualquiera, buscando algo nuevo en qué creer. Al fin y al cabo, podemos dejar atrás las ideas guardadas sin razón alguna.

Autora: Mar Padilla

Publicado en El País el 24 de mayo de 2020 en el suplemento  IDEAS.

Soledad y aislamiento.

NO VIVIMOS EN UN CUADRO DE HOPPER

¿Se acuerdan del cuadro Los noctámbulos, de Hopper? Es una composición en tonos verdes fríos, donde se ve una cafetería sin puerta y cuatro figuras: una pareja, un camarero rubio y un hombre solo sentado de espaldas. Nadie habla, ninguno se mira, todos están ensimismados. El borde derecho del lienzo impide ver una salida, produciendo una sensación de encierro. Un bar que recluye y protege; una alegoría sobre el aislamiento y la incomunicación, pero también sobre la invisibilidad de los solitarios.

Hopper era inigualable mostrando la atomización social y el desamparo, quizá por ello no sorprende el titular de un artículo de The Guardian: “Todos vivimos hoy en día en un cuadro de Hopper”. A pesar de la indudable fuerza de la frase que nos traslada al Nueva York de 1942, mezclar aislamiento y soledad genera confusión e impide ver y analizar realidades muy diferentes.
En este momento, todos estamos más o menos aislados, pero no necesariamente solos. Lo dijo Epicteto: “No por estar el hombre solo se siente solitario; mientras que no por estar entre muchos deja de sentirse solitario”. Estar aislado tiene que ver con la pérdida de conexión social, con la distancia física o psicológica a nuestra red social (familiares, amigos). El aislamiento es la pérdida de la relación con los otros, en nuestro caso temporal, pero la soledad es otra cosa.

La soledad es subjetiva y está relacionada con nuestros pensamientos, necesidades sociales, emociones y percepciones. Cuando hablas con una persona que sufre soledad lo primero que surge es el “dolor psicológico” que ocasiona, las emociones y sentimientos que la componen: añoranza, tristeza, abandono, vacío, desesperanza, vulnerabilidad, incertidumbre...
Otra huella de la soledad son las “necesidades sociales” que no se consiguen cubrir: la ausencia de relaciones de intimidad, la falta de pertenencia a un grupo, la carencia de integración social, la añoranza de relaciones significativas, el sentimiento de estar uno “existencialmente” aislado.



La soledad también tiene que ver con la evaluación que cada persona hace de sus relaciones, y más en concreto, con la discrepancia entre las relaciones que uno tiene y las que esperaba tener. La distancia entre expectativas y realidad es la marca cognitiva de la soledad. No hablamos de insatisfacción con una relación (uno puede estar insatisfecho y no sentirse solo), sino de un juicio que cada persona realiza con enorme influencia en los sentimientos.

Cuando hablas con personas en situación de soledad es fácil escuchar que se sienten aisladas porque no consiguen comunicarse, o que no logran “contactar” con otros, o que se sienten “existencialmente aislados”… El “aislamiento” como percepción y sentimiento es otro de los elementos centrales de la soledad.

La soledad es además un fenómeno chocante. Hermana de la pérdida, a veces proviene de la falta de compromiso e implicación personal en nuestras relaciones; otras es el anhelo de integración, la necesidad de “sentirnos completos”, la convicción de que no estamos unidos a ninguna persona o grupo, lo que la genera. La soledad es además acumulativa y tiende a perpetuarse.

Suele, la soledad, mostrar insólitos mecanismos. Robert Weiss decía que la soledad inhibe la empatía, al inducir una especie de amnesia protectora, y cuando una persona deja de estar sola, se empeña en olvidar que lo estuvo. Olivia Laing escribió que a veces los solitarios acaparan espacio personal creando una barrera contra una intimidad que les aterra; otras, la soledad produce vergüenza y miedo, y algunos solitarios optan por el aislamiento, ante el temor de que se descubra su realidad. Creo que sería factible aminorar el dolor que produce la soledad si no tuviéramos tanta obligación de ocultar lo que no es bello, si pudiéramos exponernos como somos, mostrando nuestra vulnerabilidad.

Los que trabajamos con personas en situación de soledad sabemos muy bien que la palabra no basta para reconectar y que el “amor” no siempre es suficiente para “sacarle” a alguien de la soledad. Hay veces en las que la soledad no es relacional, porque lo que me faltan no son personas, sino una vida con significado. Hay soledades cuyo ingrediente principal es la incertidumbre, y en otras, la tristeza; hay soledades que están teñidas de pérdida y otras de “cansancio existencial”; a veces de fragilidad humana y necesidad de cuidados, otras de incomunicación.

No estamos por el confinamiento viviendo en un cuadro de Hopper; sino una situación de aislamiento temporal, complicada, sí, pero con un objetivo: volver a estar juntos. ¡Decir a los que sufren soledad que, por estar confinados, todos vivimos en la misma soledad es un agravio, porque nosotros volveremos a la normalidad y ellos seguirán solos! Una última cosa: volvamos un momento al cuadro. Se ve la cafetería llena de luz, la calle está oscura. Se aprecia la soledad de los clientes del bar, pero se puede percibir que también están solos los que están encerrados fuera del bar, mirando a la gente sola dentro del mismo. La soledad también va con ellos.

Autor : Javier Yanguas
Publicado en El País el 18 de mayo de 2020.