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¿Vacunas anticovid = Negocio?

 

Las empresas farmacéuticas de vacunas para combatir el COVID no levantan las patentes porque dejarían de ganar más dinero al poder fabricarlas a menos costo los países subdesarrollados. Esto está claro. Pero principalmente lo hacen porque al no poder vacunarse la mayoría de la  gente de estos países hay más posibilidades que el virus mute y  así hay que generar otra vacuna nueva o aconsejar un nuevo pinchazo, que van a comprar los países desarrollados.  Negocio perfecto. Y así sucesivamente. No es de extrañar que haya más  personas, que es que no crean en la ciencia, que no crean en los políticos que son los que tienen que tomar decisiones para que esto no se perpetúe.

Cuando uno no consigue algo que se propone, no siempre es responsabilidad suya.

 «Si luchas por ellos, conseguirás todos tus sueños»: cuando los lemas positivos son dañinos para la salud mental


Te levantas por la mañana y miras esa frase motivadora de tu taza de desayuno: “Si luchas por tus sueños, puedes conseguir lo que te propongas”. Pero la realidad es que después de años de formación, años de becaria, de trabajos gratis, de trabajos basura mientras trabajabas gratis, decidiste que ya valía de luchar por tus sueños, que tocaba luchar por vivir con un poco más de dignidad. Has pasado por la frustración, la ira, la ansiedad, la angustia, la tristeza, la apatía y ahora te das cuenta de que todas esas películas que viste de pequeña en las que el niño conseguía todo lo que se proponía con un poco de esfuerzo, quizás daban un mensaje un tanto equivocado. ¿La idea de que luchando por tus sueños estos se consiguen es el engaño de la generación millennial o en realidad siempre lo fue?

“No ha cambiado nada, este mensaje siempre ha sido un falso mito”, responde tajante el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos. Hay que aceptar que “existe una parte injusta en la vida por la que a veces nos tocan cosas negativas sin que hagamos nada para que vengan y, al contrario, cosas positivas por las que luchamos que no acaban de llegar nunca”. Es verdad que, si te esfuerzas aumenta la probabilidad de conseguir aquello que tú quieres «pero no es garantía absoluta. Muchas de las cosas por las que peleamos no dependen solo de nosotros, aunque la sociedad nos ha transmitido que es así”, insiste el psicólogo.




Un lema para vendedores de humo

Decimos que los jóvenes, o ya no tan jóvenes, de la llamada “generación perdida” son aquellos que más han tenido que manejar la frustración de no poder acceder a sus expectativas laborales. Y es cierto. Pero también lo es que quizás anteriores generaciones ni siquiera tuvieron la capacidad o la oportunidad de plantearse ciertos
sueños o expectativas.

Esa es una de las claves en la que insiste el experto. No es que anteriores generaciones sí consiguieran todo lo que se proponían (más allá de una nada desdeñable mayor estabilidad familiar y laboral), sino que el mensaje de “luchar por tus sueños” ha vivido su auge, precisamente, con la generación milénica, que además es la que más se ha dado de bruces con una compleja realidad. Lo peor es que parece que este tipo de lemas motivacionales sigue estando de moda, y no siempre con la mejor de las intenciones.

“Esta idea resulta muy motivadora y, de hecho, es muy usada por muchos vendedores de humo, porque la compramos con mucha facilidad”, argumenta Rizaldos. Vídeos en YouTube que prometen hacerte rico trabajando por libre desde tu casa, libros de autoayuda que prometen que puedes ser un empresario de éxito solo siguiendo cinco pasos o incluso personas que te hacen llegar a creer que puedes curarte de una enfermedad solo con pensamientos positivos. El hecho de que, pese a la frustración generada, se siga difundiendo esta idea, tiene un fondo de puro marketing.

“Existe una gran corriente al respecto, propiciada sobre todo por algunos gurús motivacionales, que no dejan de ser charlatanes que tratan de vender su producto”, relata Rizaldos. El resultado de esto es que “en consulta, los profesionales de la salud mental habitualmente vemos a personas que consideran no están haciendo lo suficiente para conseguir aquello que quieren y esto no siempre es así. Este tipo de pensamiento fomenta una baja tolerancia a la frustración”.

Un exceso de responsabilidad

Otro de los problemas de fondo de estas ideas es que nos hace responsables de todo lo que nos pasa en la vida. Lo bueno y lo malo. Por suerte y por desgracia. “Esto puede generar un narcisismo exacerbado”, advierte por su parte la también psicóloga Verónica Vivero. Es decir, que la persona realmente crea que todo lo que se proponga en la vida, será capaz de lograrlo, ya que tiene el control total de la situación y todo depende de ella. “Algo totalmente falso, que genera grandes frustraciones y problemas inter e intrapersonales, cuando esto no resulta de esta forma”.

Por otro lado, la experta valora que este tipo de ideas también puede dar lugar a personalidades que interioricen la responsabilidad, haciendo que se sometan a la autocrítica dañina. “Esto los lleva a cuestionarse cosas como: ¿Qué habré hecho mal? o ¿Qué habrá mal en mí?”. La respuesta a esas preguntas acaba por ser un sentimiento de culpa difícil de sobrellevar.

“Los psicólogos hablamos de locus de control para explicar donde sitúa el grado de responsabilidad de las situaciones las personas”, precisa Vivero. “Hablamos de locus de control interno vs locus de control externo. En el primer caso (locus interno) la persona atribuye sus éxitos a su persona, su capacidad de trabajo y dedicación, en el segundo (locus externo) los éxitos son más una cuestión de contexto, recurriendo al azar o al factor suerte”.

¿Y cuál sería la respuesta correcta? La realidad, según la psicóloga, es que “en la mayoría de las ocasiones es una combinación de ambas”. Además, “en muchos casos lograrlo o no hacerlo, no depende tanto del talento de uno, sino que es una cuestión de oportunidades y que esta se dé o no”. Al final no es igual de fácil ser actriz viviendo de una familia de actores famosos, que de un pueblo perdido en la estepa. El problema es que siempre nos comparamos con los casos de éxito, porque pocas veces no conocemos a la gran mayoría que se quedó por el camino.



Reformular el mensaje y ajustar expectativas

¿Entonces eliminamos el mensaje sin más? Esa tampoco parece ser la solución. Esforzarse por las cosas que queremos no es algo negativo.  Tener sueños y pelear por ellos tampoco. Lo negativo es pensar que todo el esfuerzo siempre tendrá una recompensa. Lo frustrante es intentar luchar por los sueños hasta el punto de acabar con nuestra salud mental, sin aceptar que hay sueños que se cumplen y otros que nunca se alcanzarán, pero nos habrán traído un bagaje del que podemos aprender. Por eso no se trata tanto de eliminar toda la idea, sino de ser capaces de matizarla.

“Sería interesante reformular el lema por: ‘Si luchas por tus sueños, tendrás más posibilidades de alcanzarlos’. Es una cuestión de perspectiva, que puede ayudar a interiorizar la persecución de ese sueño de una forma más saludable”, propone Vivero.

Al final, el lanzar este tipo de mensajes desde la infancia también tiene objetivos positivos, que tampoco debemos perder de vista por nuestras frustraciones como adultos. “En la cultura de la inmediatez, donde todo se quiere ya y ahora, está bien inculcar a nuestros hijos que no todo en esta vida se consigue de manera rápida, que hay cosas que cuestan y que necesitan de tiempo y dedicación”, insiste Vivero. No debemos olvidar que la cultura del esfuerzo es una cosa y la idealización del mismo es otra.

En cuanto a los sueños, no se trata de cortar alas antes de tiempo, sino de aprender a gestionar expectativas. “Luchar por los sueños, da la capacidad a la persona de soñar, de creer y de crear, algo imprescindible para su felicidad”, insiste la experta. Sin embargo, es clave dar contexto a los mismos.

Como concluye Miguel Ángel Rizaldos, “es importante seguir potenciando el esfuerzo, pero a la vez hay que fomentar la tolerancia a la frustración de nuestros pequeños. Hay que ajustar las expectativas y ser muy realista”. Sin embargo, a veces son los sueños frustrados de los padres, los que acabarán pesando a los más pequeños. “Un Messi aparece entre millones, que tu hijo juegue bien al futbol no quiere decir que vaya a ser un jugador de primera división”. A lo mejor es más sencillo dejar que disfrute del fútbol, y lo que tenga que ser, será.

LA DESIGUALDAD DE OPORTUNIDADES

 

LA DESIGUALDAD DE OPORTUNIDADES


Casi la mitad (el 44%) de las diferencias de renta entre personas en España es explicable directamente por las desigualdades de origen de los ciudadanos y por factores que nada tienen que ver con los esfuerzos que hagan en la vida: la posición social y económica de los padres, el entorno cultural, el tipo de educación, etcétera. Son causas que no se eligen ni se pueden evitar. La otra mitad (el 56%) es un residuo heterogéneo en el que entran otros elementos más difíciles de determinar, entre ellos el empeño personal o la suerte. Con estos porcentajes es difícil hablar de igualdad de oportunidades en nuestro país.


Son datos correspondientes al estudio Desigualdad de oportunidades. Nuevas visiones a partir de nuevos datos, de cuatro profesores de la Universidad Complutense y de La Laguna (Salas-Rojo, Rodríguez, Cabrera y Marrero), hecho público hace unos meses. Ahora que se incorpora de nuevo la desigualdad al frontispicio de la política, conviene recordar que la igualdad de oportunidades es el principio fundamental en las sociedades inclusivas. Significa que los logros de cualquiera no deben depender de la situación socioeconómica de los antecesores ni de razones de género, raza, etcétera. Es la posibilidad de que los ciudadanos puedan ocupar cualquier posición social en función del principio meritocrático, evitando las discriminaciones que lo obstaculizan. Se está hablando de movilidad social.


El gran economista experto en la economía política de la desigualdad, Anthony Atkinson, lamentablemente fallecido (el que se hizo la pregunta trascendental de cuánta desigualdad es aceptable), distinguió entre la desigualdad de oportunidades y la desigualdad de resultados, y las relacionó. La primera es un concepto ex ante (todas las personas deben tener un punto de partida igual) mientras que gran parte de la actividad redistributiva (impuestos y gasto público) se ocupa de los resultados ex post. Quienes consideran que la preocupación por la desigualdad de resultados es ilegítima y creen que una vez que se ha establecido la igualdad de oportunidades para el curso de la vida se ha acabado el problema, se olvidan, por ejemplo, de que la desigualdad de resultados afecta directamente a la desigualdad de oportunidades de la siguiente generación. Los beneficiarios de la desigualdad de resultados de hoy pueden transmitir una ventaja injusta a sus hijos en el futuro (para corregir esto nació el impuesto de sucesiones). Según esta tesis de Atkinson y tantos otros de sus discípulos, si se reduce la desigualdad de resultados, ello contribuiría a mejorar la igualdad de oportunidades. Scott Fitzgerald dijo que “los ricos no son como tú y yo”. Y tampoco sus hijos.


Dar credibilidad a la idea de que vivimos en una sociedad meritocrática por excelencia, que recompensa el esfuerzo y el talento natural, no solo supone faltar a la realidad, sino que refuerza una ideología que legitima el privilegio y bloquea la nivelación social. Alan Krueger, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca con Obama, popularizó la “curva del Gran Gatsby” (denominada así por Jay Gatsby, el personaje de Scott Fitzgerald, que pasó de ser contrabandista a líder de la sociedad de Long Island), que explica la probabilidad de que alguien herede la posición relativa de sus padres. Krueger predijo así que “la persistencia de las ventajas y desventajas de los ingresos pasará de padres a hijos”. Ello sucede de diferente modo en cada sociedad: los países nórdicos son los que presentan menores desigualdades de origen y mayor movilidad social, mientras que en el caso de EE UU significa el fin del sueño americano. En Dinamarca, sólo el 15% de los ingresos de un adulto joven dependen de los ingresos de sus padres, mientras que en Perú dos terceras partes de lo que gana una persona se relaciona con lo que sus padres lograron en el pasado.



El chiste final: un ejecutivo editorial detrás de la mesa de su despacho llama a su asistente: “Señorita ­Smith, compre los derechos de la Biblia y haga que cambien la parte donde habla de los ricos y el ojo de la aguja”.

Autor: Joaquín Estefanía. Publicado en El País el 7 de noviembre de 2021.

Elegía a Doña Juana la Loca.

Elegía a Doña Juana la Loca.

Autor: Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca
 

Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol. 

Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon. 

Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo. 

Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto,
como alondra que mira quebrarse el horizonte,
se torna de repente monótono y amargo. 

Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado. 

Tenías la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo,
con la rueca de hierro y de acero lo hilado! 

Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente,
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado. 

Y, sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristeza sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios. 

Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol! 

¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos exhaustos...
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado? 

En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol! 

Eloisa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y ciprerales castos. 

Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios; la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro! 

Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico. 

Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol. 

Libertad individual y responsabilidad social

 Choque entre interés individual y bien común

Autor: Sergio C. Famjul.

Publicado el 23 de mayo del 2021.


Una de las tragedias del mundo es que las personas somos muchas, formamos sociedades; pero tomadas de una en una somos eso, una, con nuestros propios anhelos, miedos e intereses. Surgen así conflictos entre lo público y lo privado, entre el libre albedrío y las normas comunes, entre la responsabilidad individual y la responsabilidad colectiva. Lo hemos visto de forma notable durante la pandemia — sus confinamientos y sus mascarillas—, pero también en otras cuestiones como el medio ambiente, el consumo responsable, el veto parental o la justicia social. El debate está en el aire: hasta qué punto debemos ser autónomos y cuándo debemos coordinarnos para afrontar los retos compartidos.

En realidad, no se trata de una cuestión de blanco y negro. “Desde la caída del muro de Berlín, en décadas de neoliberalismo, se ha hecho mucho hincapié en lo individual”, explica Javier Martínez Contreras, director del Centro de Ética de Deusto. Está de moda la cultura del esfuerzo, el pensamiento positivo, olvidando los contextos sociales, económicos y la responsabilidad colectiva. Pero la pandemia ha demostrado que se trata de una dicotomía falsa, opina el filósofo. Toda acción colectiva influye en el ámbito individual y todo acto individual redunda en lo colectivo. Las fronteras son brumosas, todo está entrelazado, y hay quien aboga por una responsabilidad que funcione como una capa que permea a toda la sociedad. “Las responsabilidades no se limitan a los gobiernos nacionales; también existen para los gobiernos estatales y municipales, los medios de comunicación, las organizaciones sin fines de lucro… Y llegan hasta el individuo”, apunta la profesora de Política de Derechos Humanos en Harvard Kathryn Sikkink, autora de The Hidden Face of Rights Toward a Politics of Responsibilities (La cara oculta de los derechos: hacia una política de las responsabilidades). 

En cuestión de salud pública, una vez más, la dimensión colectiva es indisoluble de la individual. Un ejemplo claro es la vacunación: más allá de movimientos negacionistas y antivacunas, que la OMS reconoce como amenaza, para que sea efectiva es preciso elevarse de la voluntad de cada ciudadano: una mayoría suficiente debe vacunarse. Un 60,5% de los encuestados desconfiaban en enero de que la ciudadanía, y no las instituciones, facilitara la salida de la crisis sanitaria, según un estudio del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Muchas de las medidas que hemos tomado para paliar la pandemia han sido colectivas y han dependido de decisiones políticas. Con el fin del estado de alarma dependerá cada vez más de la responsabilidad individual”, señala el epidemiólogo Manuel Franco, profesor de la Universidad de Alcalá y de la Johns Hopkins. 



Cuestión de límites

 Lo importante es saber cómo compaginar la acción en ambos ámbitos, dónde acaba uno y empieza el otro. Ese punto también lleva a la polémica. De hecho, buena parte del debate entre diferentes culturas políticas (por ejemplo, entre la derecha liberal y la socialdemocracia) radica en esta cuestión. ¿Cuántos impuestos debe pagar cada individuo para contribuir a la sociedad? ¿Hasta dónde debe inmiscuirse el Estado en mis asuntos? ¿Son los pobres responsables de su situación? Un ejemplo de este contraste se da también entre EE UU y Europa: “Los estadounidenses no han realizado toda la transferencia de soberanía desde el individuo hacia el Estado, que es una normalidad para los europeos y también para los conservadores europeos de viejo cuño”, ejemplifica Daniel Innerarity, profesor de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco. Por eso tantos estadounidenses son contrarios a una sanidad pública universal, defienden el derecho a portar armas para la autodefensa y reniegan de los impuestos. “Desde ese punto de vista, el individuo debe poder cuidar de sí mismo; los instrumentos de protección resultan sospechosos de ejercer un paternalismo injustificado”, señala Innerarity. Muchas de estas ideas van calando en Europa: en la reciente campaña electoral de Madrid, al mico grito de “Libertad” de Isabel Díaz Ayuso, las posiciones del electorado se han escorado hacia el individualismo. 

La difusión de la responsabilidad

En muchas ocasiones, una responsabilidad colectiva se reparte entre los individuos. Y los individuos, conscientes de nuestra insignificancia, eludimos nuestra responsabilidad individual. ¿Qué importa que yo malgaste agua si soy solo una persona entre millones? ¿Qué cambia en la realidad si no me compro una camiseta de una marca que explota a los trabajadores? ¿Qué importa que incumpla las normas sanitarias si solo soy una excepción? Cuando todo el mundo piensa de esta manera al mismo tiempo sucede aquello que las normas colectivas tratan de evitar. El problema tiene nombre: la difusión de la responsabilidad.

Las sociedades son sistemas muy complejos y no siempre llegamos a ver las consecuencias de nuestros actos individuales, sentimos cierta impunidad, por eso las llamadas a la responsabilidad son ineficaces ante ciertos problemas. La llamada tragedia de los bienes comunes (o problema del ejido) consiste en la degradación de lo compartido cuando cada uno actúa movido por su interés individual, aunque a nadie le convenga esa degradación. Un ejemplo es el del medio ambiente: si cada uno derrocha recursos o emite gases de efecto invernadero sin pensar en la comunidad ni en el futuro del planeta, probablemente se acabe el planeta para todos. Solo un 54% de los españoles son conscientes de su propia responsabilidad en el cambio climático según una encuesta del Real Instituto Elcano realizada en 2019. 

Cuando mis deseos particulares chocan con las normas sociales (por ejemplo, cuando me apetece ir a una fiesta prohibida) surge una disonancia cognitiva que nos produce malestar. “Para reducir esa tensión buscamos razones que refuercen lo que vamos a hacer y que minimicen lo negativo”, explica Florentino Moreno, profesor del departamento de Psicología Social, del Trabajo y Diferencial de la Universidad Complutense de Madrid. Se llaman técnicas de neutralización a estas racionalizaciones que deforman la base real de nuestras acciones contra el bien común y que nos descargan de culpa. Nuestra mente busca argumentos para justificar nuestros actos.

¿Cómo superar los problemas de la acción colectiva? “Es preciso destacar los valores y la satisfacción que obtenemos al adquirir responsabilidades alineadas con nuestras creencias”, dice la profesora de Harvard Kathryn Sikkink. Para ello es preciso movilizar una amplia gama de motivaciones humanas, incluido el altruismo, más allá del interés propio. “Los seres humanos somos muy propensos a emular el comportamiento de los demás. Si desarrollamos nuevas normas y aplicamos sanciones sociales para quien no se ajuste, se puede marcar la diferencia”, explica Sikkink. Dependiendo del contexto, la interiorización de estas normas sociales es muy diferente. “En sociedades más colectivistas, por ejemplo, en el centro y norte de Europa, las personas tienden a responsabilizarse y se penaliza la lógica individualista”, añade el psicólogo Florentino Moreno. En países como España, de vieja tradición picaresca, hacer trampas es casi un motivo de orgullo.

Los ricos también "pagan".

 Autor : César Rendueles 

Una guerra fiscal

El 20% de la población española paga una cantidad de impuestos desproporcionada. Se trata concretamente del 20% más pobre. La razón es el peso de los impuestos indirectos, sobre todo el IVA, y las cotizaciones sociales. En el extremo contrario, a partir de cierto nivel de ingresos pagar impuestos es prácticamente opcional a causa de las bonificaciones y mecanismos de ingeniería fiscal que contempla nuestra legislación. Se calcula que las empresas del Ibex 35 desvían cada año 13.000 millones de euros en beneficios a paraísos fiscales. Como explicaba recientemente el economista Yago Álvarez, en 2019 Amazon declaró en España un ridículo beneficio de 18 millones de euros y pagó 3,5 millones de euros en impuestos.

Ya forma parte del folclore contemporáneo la migración de jóvenes youtubers a Andorra. En realidad, lo llamativo no es su avaricia sino su torpeza de nuevos ricos. Su pecado es haber alardeado de su codicia: pasearse en su Ferrari fiscal por las favelas de nuestro decrépito estado de bienestar. Los millonarios de pata negra no necesitan cambiar su domicilio fiscal, se exilian a su sicav. Un conocido youtuber dijo hace unos meses: “Cada euro que se nos detrae en impuestos es un pedazo de libertad que se nos hurta”. En realidad, no fue un youtuber. Son palabras de Ignacio Ruiz-Jarabo, ex director de la Agencia Tributaria. Es difícil pensar que se pudiera dar en cualquier otro organismo público una incompatibilidad semejante entre los valores personales y las responsabilidades institucionales: ¿un animalista dirigiendo una escuela de tauromaquia? ¿un pirómano al frente de un parque de bomberos? La explicación de esta contradicción es que no hay ninguna contradicción: en los últimos cuarenta años se ha creado un consenso fiscal monolítico entre las grandes fortunas, las autoridades financieras, la clase política y los ideólogos de la economía ortodoxa.



Hay una guerra fiscal secreta entre las élites económicas y la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país. Es secreta porque sus ganadores han conseguido hacer pasar su victoria por sentido común. Han convencido a una enorme cantidad de gente de que están en el mismo barco fiscal que un puñado de millonarios. Muchos trabajadores autónomos que están pasando dificultades reales para pagar sus cotizaciones piensan que sus problemas son una versión a pequeña escala de las maniobras de las grandes fortunas para no pagar impuestos. Otro tanto ocurre con el famoso impuesto de sucesiones que, en realidad, sólo afecta de forma significativa a personas de rentas muy altas. Es cierto que para algunas familias trabajadoras las herencias suponen un problema económico, pero no a causa del impuesto de sucesiones sino de los impagos hipotecarios y de las plusvalías municipales. Por supuesto, nunca se ha escuchado a los enemigos del impuesto de sucesiones abogar por una amnistía hipotecaria para que las familias pobres no tengan que renunciar a sus herencias.

Otro malentendido recurrente tiene que ver con las ineficiencias del gasto público. El presentador Dani Mateo explicaba en Twitter hace unos meses que, a su juicio, huir a un paraíso fiscal era comprensible por el mal uso que el Estado hace de los impuestos. Como si el grueso de la recaudación se dedicara a coches oficiales. Una revisión superficial del destino de los impuestos permite entender hasta que punto es una idea absurda: sólo las pensiones suponen el 40% de la recaudación, si se le suma el gasto en sanidad (14%), educación (10%), orden público (5%) y pago de deuda (7%) el margen que queda para despilfarrar es estrecho. Apelar a la ineficiencia para no pagar impuestos es como si un conductor decidiera no volver a respetar ninguna norma de tráfico porque delante de su casa hay un paso de cebra mal situado.

Los impuestos son el cemento de la democracia liberal, una expresión cuantitativa de la red de solidaridades que articula nuestra sociedad. La alternativa a los impuestos modernos no es menos impuestos sino o bien alguna forma de feudalismo o bien la colectivización de los medios de producción. En los años cuarenta, Roosevelt intentó limitar a 25.000 dólares los ingresos máximos anuales en Estados Unidos. La medida obtuvo un gran apoyo popular pero no salió adelante. En vez de eso, se establecieron impuestos muy elevados para las rentas más altas. Lo que buscaba ese modelo fiscal no era solo financiar servicios importantes sino también limitar el poder de las grandes fortunas. Rooselvelt entendió que la guerra fiscal es una batalla política por la democracia. Lo que está en juego no es sólo la acumulación de riqueza sino también la concentración de poder. Aunque pagaran sin rechistar el 50% de sus ingresos los ricos podrían disfrutar de lujos decadentes. Sus yates y mansiones nunca han peligrado. Lo que buscan es mandar más que cualquier ciudadano. La gasolina de la elusión fiscal es el rechazo de la democracia tanto o más que la avaricia. Una fiscalidad más justa no sólo no atenta contra la libertad sino que es una condición para recuperar el control de nuestras vidas.

Publicado el 28 de mayo del 2021 en El País


"La noticia" en el DB

 

“La noticia” en el DB.

Desde mi infancia he ojeado y leído en la medida que me ha sido posible el DB. Me acuerdo del final donde se encontraban dos viñetas parecidas donde había que buscar los siete errores. Después buscaba con ansiedad la sección de deportes. En mi casa casi siempre estaba. Lo compraba mi tío, después lo leíamos en casa y finalmente acabada en casa de mi abuelo y mi tía. He tenido siempre una relación sentimental con el DB.

El DB, a través de la Biblioteca Nacional, me ha servido para conocer muy bien épocas pasadas y han sido amables cuando les he preguntado directamente a ellos. Y lo agradezco.

Ya siendo mayor, cuando voy al pueblo me gusta hojearlo en algún bar. Uno busca alguna noticia que mencionen a su pueblo. Y también lo leo asiduamente desde la tablet su versión digital.

Cuando apareció “la noticia” el 16 de noviembre de 2020 en el diario digitial eldiario.es leía todos los días por la mañana el DB digital esperando encontrar la misma noticia. Un día tras otro. Me pareció una noticia importante. Es importante contrastar.

Ya el 13 de diciembre del 2020 una noticia titulada “Villadiego abrirá el centro de día cuando deje la pandemia”, y otra el 14 de febrero del 2021 titulada “Buscan usuarios para el centro de día de Villadiego” hacían mención a algo pero sin informar,  para mí, de una denuncia sobre la gestión del centro de día.

Y por fin el 28 de abril del 2021 aparece una noticia sobre “la noticia” titulada: “Villadiego estrenará centro de día tras fracasar la denuncia”.  Uno se pone a leerla y si no  ha leído lo publicado en el diario.es el 20 de noviembre de 2020  no se entera de lo que lee.

Si se sigue analizando lo que se publica sobre “la noticia” en el DB, uno se da cuenta que solo cuentan lo que es favorable al “despotismo  democrático”.  A la otra parte, que representa a la búsqueda de “la justicia y la verdad”,  se la olvida sistemáticamente.

¿Qué ingenuo por mi parte? Buscar otra opinión sobre “la noticia” contrastada por las dos partes. Me pregunto: ¿A qué intereses representa el DB?

Desde ahora he dejado de creer lo que escribe el DB sobre comentarios sobre “la noticia”.

El bebe invasor

Autora: Elvira Lindo. Publicada en El País el 23 de mayo del 2021

EL BEBE INVASOR 

La madre sabe todo sobre su bebé. Apenas tiene dos meses, pero la madre sabe que es tranquila, astuta, encontró el pezón la primera noche, un hallazgo primordial en la vida, y se aferró a él. Aunque todavía no fija la mirada ya tiene la capacidad de distinguir a su madre de cualquier otro humano, porque el olfato es el sentido que le permite identificar el olor del vientre materno de todos los vientres sobre la tierra. Si no fuera por el llanto entrecortado con el que protesta por el dolor de barriga, el llanto rabioso del hambre o el gemido gatuno con el que expresa su molestia por no estar limpita, la niña sería uno de esos bebés angelicales que pasan las horas libres durmiendo y observando. La madre, como todas las madres, ya ha asignado un carácter a la niña. Aquellos que no han criado un bebé desde el nacimiento creen que son fantasías maternas ajenas al fundamento científico, que se trata de los deseos que la madre proyecta sobre la niña, sobre su futuro. Pero no, esa madre ya sabe que su niña es tranquila y que nada ha de temer si aferrada a su espalda y envuelta en una tela marsupial, se lanza con ella al agua en busca de ese futuro que una bebé, a todas luces inteligente, merece. Pero no calcula la joven que el mar es traicionero y al poco se encuentra desesperada y braceando para mantenerse a flote; la niña se le va desprendiendo de la bolsa, y cuando ya parece asumir que se enfrentan las dos a una muerte segura un hombre toma a la criatura entre los brazos y alza de las aguas a la pequeña Moisés, que acaba de renovar sin saberlo la leyenda del Antiguo Testamento.

Con esa voluntad furiosa con que los recién nacidos luchan por sobrevivir, la niña helada, que muestra el color pálido de la hipotermia, que se ha quedado inmóvil, congelada, que no parpadea, ni se queja ni llora, es depositada por su salvador, un guardia civil, en manos de la asistente de la Cruz Roja, que tras despojarla de su ropa empapada, la envuelve en una manta. La niña va despertando poco a poco, empieza a sentir el cosquilleo de la sangre a flor de piel, y antes de lo que nadie podía predecir mira con estupor a la mujer que la abraza y que no huele como su madre. Entonces rompe a llorar, que es la forma de expresar su desconcierto.


Esta criatura no sabe que fue arrojada a las aguas junto a su madre por un Gobierno sin escrúpulos con el fin de presionar al Gobierno de otro país, la bebé desconoce que su cuerpecillo de apenas cinco kilos está siendo utilizado como arma política sin que a nadie le importe que esa misión pueda costarle la vida. Tampoco sabe esa pequeña que la tierra a la que acaba de llegar no es suya, y que esa circunstancia alimentará discursos tan repulsivos como el de la matanza de los inocentes del Evangelio. Ella, que conoce lo básico de la felicidad, el olor a madre, el sabor de la leche, la placidez del sueño; y de la pena, el hambre, el desamparo, el frío hiriente; ella, que solo siente los fundamentos básicos que conducen al bienestar o al miedo, no puede comprender que en la otra orilla haya quien la califique de invasora, de diminuta peona de una guerrilla cuya misión es apoderarse del nuevo país, arrebatarle el trabajo a la buena gente, dejar a la población sin pensiones, aterrorizarla, amenazar su cultura y su religión, el marco de unas inmemoriales esencias. Ella es el eje del discurso racista y xenófobo que se ha abierto espacio en la conversación pública hasta tal punto que, aunque no lo compartamos, vamos siendo inmunes a las palabras de odio y admitimos lo vomitivo que hay en ellas como muestra de una sagrada libertad de expresión.

Ella carece de ideas de frontera, patriotismo y raza. Esa mujer que no conoce la deposita ahora en brazos de su joven madre, que también llora asustada. Y la niña encuentra de nuevo el olor amado, su patria.



LA SUPERLIGA DE FÚTBOL EN LA EDAD MEDIA

 

LA SUPERLIGA DE FÚTBOL EN LA EDAD MEDIA

La propuesta de crear una superliga de fútbol en la que determinados clubs europeos, independientemente de sus méritos deportivos en sus ligas respectivas, permanecerán en la misma para siempre, es una idea clasista.

Transmite una ideología y una serie de valores que recuerda a la sociedad de la edad media, donde había una clase social privilegiada permanente y el resto de sus individuos permanecían en su situación social inferior independientemente de sus esfuerzos y méritos y  por tanto no podían cambiar de clase.

Desde un punto de vista democrático,  que debe impregnar todas las instituciones sean cual sean éstas, es inadmisible crear una competición con unos equipos determinados que estén permanentemente en la élite independientemente de sus resultados deportivos.




EL DOLOR NO ES DOLOR.

PENSAMOS QUE EL DOLOR ES DE DÉBILES,  Y NOS EQUIVOCAMOS.

“¡Cuéntame qué es para ti el dolor y te diré quién eres!”. Esta frase de Ernst Jünger se puede aplicar al conjunto de la sociedad. La rela­ción que tenemos con el dolor revela el tipo de sociedad en que vivimos. Los dolores son señales cifradas. Contienen la clave para en­tender la respectiva sociedad. Por eso toda crítica social tiene que desarrollar su propia hermenéutica del dolor. Se nos escapa el carácter de signo en clave que tiene el dolor si dejamos que solo la medicina se ocupe de él.

Hoy impera en todas partes una algofobia o fobia al dolor, un miedo generalizado al sufrimiento. También la tolerancia al dolor disminuye rápidamente. La algofobia acarrea una anestesia permanente. Se trata de evitar todo estado doloroso. Entre tanto también las penas de amor resultan sospechosas. La algofobia se extiende al ámbito social. Cada vez se deja menos margen a los conflictos y las controversias, que podrían provocar dolorosas confron­taciones. La algofobia domina también la política. (...). En lugar de discutir y luchar por alcanzar argumentos mejo­res, uno cede a la presión del sistema. Se está propagan­do y asentando una posdemocracia que es una democracia paliativa. Por eso Chantal Mouffe exige una “política agónica” que no rehúya las confrontaciones dolorosas. La política paliativa no es capaz de tener visiones ni de llevar a cabo reformas profundas que pudieran ser dolorosas. Prefiere echar mano de analgésicos, que surten efectos provisionales y que no hacen más que tapar las disfun­ciones y los desajustes sistemáticos. La política paliativa no tiene el valor de enfrentarse al dolor. De esta manera, todo es una mera continuación de lo mismo.

La algofobia actual se basa en un cambio de paradig­ma. Vivimos en una sociedad de la positividad que trata de librarse de toda forma de negatividad. El dolor es la negatividad por excelencia. Incluso la psicología obedece a este cambio de paradigma y pasa de la psicología nega­tiva como “psicología del sufrimiento” a una “psicología positiva” que se ocupa del bienestar, la felicidad y el optimismo. Hay que evitar los pensamientos negativos y reemplazarlos sin demora por ideas positivas. La psicología positiva so­mete incluso el dolor a una lógica del rendimiento. La ideología neoliberal de la resiliencia toma las experiencias traumáticas como catalizadores para incrementar el rendimiento. Se habla incluso de “crecimiento postraumáti­co”. El entrenamiento de la resiliencia como ejercicio de fuerza psicológica tiene por función convertir al hombre en un sujeto capaz de rendir, insensible al dolor en la medida de lo posible y continuamente feliz.

La misión de la psicología positiva de proporcionar fe­licidad está íntimamente ligada a la promesa de un oasis de bienestar permanente que se pueda crear a base de medicamentos. La crisis de opioides en Estados Unidos tiene un carácter paradigmático. La codicia material de la industria farmacéutica no es la única causa de esa cri­sis, que más bien obedece a un fatídico supuesto acerca de la existencia humana. Solo una ideología del bienestar permanente puede conducir a que unos medicamentos que originalmente se empleaban en la medicina paliativa pasaran a administrarse a gran escala también en perso­nas sanas. No es casual que, hace ya décadas, el algólogo experto en dolor estadounidense David B. Morris co­mentara: “Los norteamericanos actuales probablemente forman parte de la primera generación en la Tierra que considera la existencia sin dolor una especie de derecho constitucional. Los dolores son un escándalo”.

La sociedad paliativa coincide con la sociedad del ren­dimiento. El dolor se interpreta como síntoma de debilidad. Es algo que hay que ocultar o eliminar optimizándo­lo. Es incompatible con el rendimiento. La pasividad del sufrimiento no tiene cabida en la sociedad activa domi­nada por las capacidades. Hoy se priva al dolor de toda posibilidad de expresión. Está condenado a enmudecer. La sociedad paliativa no permite dar vida al dolor ni ex­presarlo lingüísticamente convirtiéndolo en una pasión.

La sociedad paliativa es además una sociedad del me gusta. Es víctima de un delirio por la complacencia. To­do se alisa y pule hasta que resulte agradable. El like es el signo y también el analgésico del presente. Domina no solo los medios sociales, sino todos los ámbitos de la cul­tura. Nada debe doler. No solo el arte, sino la propia vida, tiene que poder subirse a Instagram, es decir, debe care­cer de aristas, conflictos y contradicciones que pudieran ser dolorosos. Olvidamos que el dolor purifica, que opera una catarsis. La cultura de la complacencia carece de la posibilidad de catarsis, y así es como uno se asfixia entre las escorias de la positividad que se van acumulando bajo la superficie de la cultura de la complacencia. 

Un comentario sobre subastas de arte moderno y con­temporáneo dice:

“Ya se trate de Monet o de Koons, del popular Desnudo acostado de Modigliani, de las figuras femeninas de Picasso o de los sublimes cam­pos cromáticos de Rothko, o inclu­so de pseudotrofeos de Leonardo hi­perrestaurados pertenecientes a la categoría más alta de precios: al pa­recer todas las obras tienen que po­der atribuirse a primera vista a un ar­tista (masculino) y resultar agradables hasta la banalidad. Al menos también una artista se va aproximando lenta­mente a ese círculo: Louise Bourgeois batió un nuevo récord con una escul­tura gigantesca. Treinta y dos millo­nes por Araña, una obra de los años noventa. Pero incluso las arañas gi­gantes resultan, más que amenazan­tes, tremendamente decorativas”. [M. Woeller, en Welt, en mayo de 2019]

En la obra de Ai Weiwei incluso la moral se empaque­ta de tal modo que anima al like. La moral y la compla­cencia se juntan en una simbiosis logra­da. La disidencia se degrada a diseño. Jeff Koons, por el contrario, escenifi­ca un arte amoral y manifiestamente decorativo del me gusta. Ante su arte, la única reacción coherente, como él mismo subraya, es exclamar “¡Guau!”

Hoy el arte se mete a la fuerza en el corsé del me gus­ta. Esta anestesia del arte no respeta ni siquiera a los maestros antiguos. Incluso se los combina con el diseño de moda:

“Acompañaba la exposición de retratos escogidos un vídeo que mostraba lo bien que pueden combinar los co­lores de la ropa contemporánea de diseño con los cuadros históricos de Lucas Cranach el Viejo o de Peter Paul Ru­bens, por ejemplo. Y por supuesto no faltaba la indicación de que los retratos históricos son una versión preliminar de los selfis actuales”. [A. Mania, en Süddeutsche Zeitung, en febrero 2020]




La cultura de la complacencia tiene causas muy varia­das. En primer lugar, se explica por la comercialización y mercantilización de la cultura. Los productos culturales están cada vez más sometidos a la presión del consumo. Tienen que asumir una forma que los haga consumibles, es decir, agradables. Esta conversión de la cultura en eco­nomía viene acompañada de la conversión de la economía en cultura. Se añade a los bienes de consumo una plusvalía cultural. Prometen vivencias culturales y estéticas, de mo­do que el diseño pasa a ser más importante que el valor de uso. La esfera del consumo invade la esfera cultural. Los bienes de consumo se presentan como obras de arte. De esta manera se mezclan las esferas del arte y del consu­mo, lo que acarrea que el arte se sirva por su parte de la estética del consumo. Se vuelve agradable. La conversión de la cultura en economía y la conversión de la economía en cultura se potencian mutuamente. Se borra la separa­ción entre cultura y comercio, entre arte y consumo, en­tre arte y propaganda. Incluso los propios artistas se ven forzados a registrarse como marcas. Se ajustan al merca­do y se vuelven complacientes para resultar agradables.

Autor: Byung-Chul Han

Publicado en El País el 18 de abril del 2021.

 EL RETORNO DEL OBJETIVISMO.



A mi modo de ver, existen dos tendencias opuestas y potentes en torno a lo político que subyacen a los ejes por medio de los cuales se han identificado habitualmente las opciones políticas en el mundo occidental contemporáneo. Desde la Revolución francesa, se ha entendido en términos generales que existían diferencias sustantivas respecto a la concepción del Estado y la orientación de las políticas públicas en el espectro izquierda-derecha; más recientemente, sobre todo gracias a los estudios del sociólogo Ronald Inglehart, este análisis se ha completado con nuevas variables que señalan posiciones diversas en el eje de los estilos de vida y los valores materialistas y postmaterialistas. No obstante, como han apuntado diversos filósofos políticos y politólogos, las corrientes de fondo en la configuración de la política se bifurcan en la actualidad entre populismo y tecnocracia. La tecnocracia, con su pretensión de ofrecer soluciones técnicas a problemas sociales o políticos, y el populismo, con el ánimo de recoger y canalizar lo más fielmente posible la voluntad popular, tienen en común el objetivo de hacer irrelevantes, o suprimir, las instituciones de intermediación, sean cívicas, políticas o judiciales, en democracia.