Traducir

Libertad individual y responsabilidad social

 Choque entre interés individual y bien común

Autor: Sergio C. Famjul.

Publicado el 23 de mayo del 2021.


Una de las tragedias del mundo es que las personas somos muchas, formamos sociedades; pero tomadas de una en una somos eso, una, con nuestros propios anhelos, miedos e intereses. Surgen así conflictos entre lo público y lo privado, entre el libre albedrío y las normas comunes, entre la responsabilidad individual y la responsabilidad colectiva. Lo hemos visto de forma notable durante la pandemia — sus confinamientos y sus mascarillas—, pero también en otras cuestiones como el medio ambiente, el consumo responsable, el veto parental o la justicia social. El debate está en el aire: hasta qué punto debemos ser autónomos y cuándo debemos coordinarnos para afrontar los retos compartidos.

En realidad, no se trata de una cuestión de blanco y negro. “Desde la caída del muro de Berlín, en décadas de neoliberalismo, se ha hecho mucho hincapié en lo individual”, explica Javier Martínez Contreras, director del Centro de Ética de Deusto. Está de moda la cultura del esfuerzo, el pensamiento positivo, olvidando los contextos sociales, económicos y la responsabilidad colectiva. Pero la pandemia ha demostrado que se trata de una dicotomía falsa, opina el filósofo. Toda acción colectiva influye en el ámbito individual y todo acto individual redunda en lo colectivo. Las fronteras son brumosas, todo está entrelazado, y hay quien aboga por una responsabilidad que funcione como una capa que permea a toda la sociedad. “Las responsabilidades no se limitan a los gobiernos nacionales; también existen para los gobiernos estatales y municipales, los medios de comunicación, las organizaciones sin fines de lucro… Y llegan hasta el individuo”, apunta la profesora de Política de Derechos Humanos en Harvard Kathryn Sikkink, autora de The Hidden Face of Rights Toward a Politics of Responsibilities (La cara oculta de los derechos: hacia una política de las responsabilidades). 

En cuestión de salud pública, una vez más, la dimensión colectiva es indisoluble de la individual. Un ejemplo claro es la vacunación: más allá de movimientos negacionistas y antivacunas, que la OMS reconoce como amenaza, para que sea efectiva es preciso elevarse de la voluntad de cada ciudadano: una mayoría suficiente debe vacunarse. Un 60,5% de los encuestados desconfiaban en enero de que la ciudadanía, y no las instituciones, facilitara la salida de la crisis sanitaria, según un estudio del Instituto de Estudios Sociales Avanzados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). “Muchas de las medidas que hemos tomado para paliar la pandemia han sido colectivas y han dependido de decisiones políticas. Con el fin del estado de alarma dependerá cada vez más de la responsabilidad individual”, señala el epidemiólogo Manuel Franco, profesor de la Universidad de Alcalá y de la Johns Hopkins. 



Cuestión de límites

 Lo importante es saber cómo compaginar la acción en ambos ámbitos, dónde acaba uno y empieza el otro. Ese punto también lleva a la polémica. De hecho, buena parte del debate entre diferentes culturas políticas (por ejemplo, entre la derecha liberal y la socialdemocracia) radica en esta cuestión. ¿Cuántos impuestos debe pagar cada individuo para contribuir a la sociedad? ¿Hasta dónde debe inmiscuirse el Estado en mis asuntos? ¿Son los pobres responsables de su situación? Un ejemplo de este contraste se da también entre EE UU y Europa: “Los estadounidenses no han realizado toda la transferencia de soberanía desde el individuo hacia el Estado, que es una normalidad para los europeos y también para los conservadores europeos de viejo cuño”, ejemplifica Daniel Innerarity, profesor de Filosofía Política de la Universidad del País Vasco. Por eso tantos estadounidenses son contrarios a una sanidad pública universal, defienden el derecho a portar armas para la autodefensa y reniegan de los impuestos. “Desde ese punto de vista, el individuo debe poder cuidar de sí mismo; los instrumentos de protección resultan sospechosos de ejercer un paternalismo injustificado”, señala Innerarity. Muchas de estas ideas van calando en Europa: en la reciente campaña electoral de Madrid, al mico grito de “Libertad” de Isabel Díaz Ayuso, las posiciones del electorado se han escorado hacia el individualismo. 

La difusión de la responsabilidad

En muchas ocasiones, una responsabilidad colectiva se reparte entre los individuos. Y los individuos, conscientes de nuestra insignificancia, eludimos nuestra responsabilidad individual. ¿Qué importa que yo malgaste agua si soy solo una persona entre millones? ¿Qué cambia en la realidad si no me compro una camiseta de una marca que explota a los trabajadores? ¿Qué importa que incumpla las normas sanitarias si solo soy una excepción? Cuando todo el mundo piensa de esta manera al mismo tiempo sucede aquello que las normas colectivas tratan de evitar. El problema tiene nombre: la difusión de la responsabilidad.

Las sociedades son sistemas muy complejos y no siempre llegamos a ver las consecuencias de nuestros actos individuales, sentimos cierta impunidad, por eso las llamadas a la responsabilidad son ineficaces ante ciertos problemas. La llamada tragedia de los bienes comunes (o problema del ejido) consiste en la degradación de lo compartido cuando cada uno actúa movido por su interés individual, aunque a nadie le convenga esa degradación. Un ejemplo es el del medio ambiente: si cada uno derrocha recursos o emite gases de efecto invernadero sin pensar en la comunidad ni en el futuro del planeta, probablemente se acabe el planeta para todos. Solo un 54% de los españoles son conscientes de su propia responsabilidad en el cambio climático según una encuesta del Real Instituto Elcano realizada en 2019. 

Cuando mis deseos particulares chocan con las normas sociales (por ejemplo, cuando me apetece ir a una fiesta prohibida) surge una disonancia cognitiva que nos produce malestar. “Para reducir esa tensión buscamos razones que refuercen lo que vamos a hacer y que minimicen lo negativo”, explica Florentino Moreno, profesor del departamento de Psicología Social, del Trabajo y Diferencial de la Universidad Complutense de Madrid. Se llaman técnicas de neutralización a estas racionalizaciones que deforman la base real de nuestras acciones contra el bien común y que nos descargan de culpa. Nuestra mente busca argumentos para justificar nuestros actos.

¿Cómo superar los problemas de la acción colectiva? “Es preciso destacar los valores y la satisfacción que obtenemos al adquirir responsabilidades alineadas con nuestras creencias”, dice la profesora de Harvard Kathryn Sikkink. Para ello es preciso movilizar una amplia gama de motivaciones humanas, incluido el altruismo, más allá del interés propio. “Los seres humanos somos muy propensos a emular el comportamiento de los demás. Si desarrollamos nuevas normas y aplicamos sanciones sociales para quien no se ajuste, se puede marcar la diferencia”, explica Sikkink. Dependiendo del contexto, la interiorización de estas normas sociales es muy diferente. “En sociedades más colectivistas, por ejemplo, en el centro y norte de Europa, las personas tienden a responsabilizarse y se penaliza la lógica individualista”, añade el psicólogo Florentino Moreno. En países como España, de vieja tradición picaresca, hacer trampas es casi un motivo de orgullo.

Los ricos también "pagan".

 Autor : César Rendueles 

Una guerra fiscal

El 20% de la población española paga una cantidad de impuestos desproporcionada. Se trata concretamente del 20% más pobre. La razón es el peso de los impuestos indirectos, sobre todo el IVA, y las cotizaciones sociales. En el extremo contrario, a partir de cierto nivel de ingresos pagar impuestos es prácticamente opcional a causa de las bonificaciones y mecanismos de ingeniería fiscal que contempla nuestra legislación. Se calcula que las empresas del Ibex 35 desvían cada año 13.000 millones de euros en beneficios a paraísos fiscales. Como explicaba recientemente el economista Yago Álvarez, en 2019 Amazon declaró en España un ridículo beneficio de 18 millones de euros y pagó 3,5 millones de euros en impuestos.

Ya forma parte del folclore contemporáneo la migración de jóvenes youtubers a Andorra. En realidad, lo llamativo no es su avaricia sino su torpeza de nuevos ricos. Su pecado es haber alardeado de su codicia: pasearse en su Ferrari fiscal por las favelas de nuestro decrépito estado de bienestar. Los millonarios de pata negra no necesitan cambiar su domicilio fiscal, se exilian a su sicav. Un conocido youtuber dijo hace unos meses: “Cada euro que se nos detrae en impuestos es un pedazo de libertad que se nos hurta”. En realidad, no fue un youtuber. Son palabras de Ignacio Ruiz-Jarabo, ex director de la Agencia Tributaria. Es difícil pensar que se pudiera dar en cualquier otro organismo público una incompatibilidad semejante entre los valores personales y las responsabilidades institucionales: ¿un animalista dirigiendo una escuela de tauromaquia? ¿un pirómano al frente de un parque de bomberos? La explicación de esta contradicción es que no hay ninguna contradicción: en los últimos cuarenta años se ha creado un consenso fiscal monolítico entre las grandes fortunas, las autoridades financieras, la clase política y los ideólogos de la economía ortodoxa.



Hay una guerra fiscal secreta entre las élites económicas y la inmensa mayoría de los ciudadanos de este país. Es secreta porque sus ganadores han conseguido hacer pasar su victoria por sentido común. Han convencido a una enorme cantidad de gente de que están en el mismo barco fiscal que un puñado de millonarios. Muchos trabajadores autónomos que están pasando dificultades reales para pagar sus cotizaciones piensan que sus problemas son una versión a pequeña escala de las maniobras de las grandes fortunas para no pagar impuestos. Otro tanto ocurre con el famoso impuesto de sucesiones que, en realidad, sólo afecta de forma significativa a personas de rentas muy altas. Es cierto que para algunas familias trabajadoras las herencias suponen un problema económico, pero no a causa del impuesto de sucesiones sino de los impagos hipotecarios y de las plusvalías municipales. Por supuesto, nunca se ha escuchado a los enemigos del impuesto de sucesiones abogar por una amnistía hipotecaria para que las familias pobres no tengan que renunciar a sus herencias.

Otro malentendido recurrente tiene que ver con las ineficiencias del gasto público. El presentador Dani Mateo explicaba en Twitter hace unos meses que, a su juicio, huir a un paraíso fiscal era comprensible por el mal uso que el Estado hace de los impuestos. Como si el grueso de la recaudación se dedicara a coches oficiales. Una revisión superficial del destino de los impuestos permite entender hasta que punto es una idea absurda: sólo las pensiones suponen el 40% de la recaudación, si se le suma el gasto en sanidad (14%), educación (10%), orden público (5%) y pago de deuda (7%) el margen que queda para despilfarrar es estrecho. Apelar a la ineficiencia para no pagar impuestos es como si un conductor decidiera no volver a respetar ninguna norma de tráfico porque delante de su casa hay un paso de cebra mal situado.

Los impuestos son el cemento de la democracia liberal, una expresión cuantitativa de la red de solidaridades que articula nuestra sociedad. La alternativa a los impuestos modernos no es menos impuestos sino o bien alguna forma de feudalismo o bien la colectivización de los medios de producción. En los años cuarenta, Roosevelt intentó limitar a 25.000 dólares los ingresos máximos anuales en Estados Unidos. La medida obtuvo un gran apoyo popular pero no salió adelante. En vez de eso, se establecieron impuestos muy elevados para las rentas más altas. Lo que buscaba ese modelo fiscal no era solo financiar servicios importantes sino también limitar el poder de las grandes fortunas. Rooselvelt entendió que la guerra fiscal es una batalla política por la democracia. Lo que está en juego no es sólo la acumulación de riqueza sino también la concentración de poder. Aunque pagaran sin rechistar el 50% de sus ingresos los ricos podrían disfrutar de lujos decadentes. Sus yates y mansiones nunca han peligrado. Lo que buscan es mandar más que cualquier ciudadano. La gasolina de la elusión fiscal es el rechazo de la democracia tanto o más que la avaricia. Una fiscalidad más justa no sólo no atenta contra la libertad sino que es una condición para recuperar el control de nuestras vidas.

Publicado el 28 de mayo del 2021 en El País


"La noticia" en el DB

 

“La noticia” en el DB.

Desde mi infancia he ojeado y leído en la medida que me ha sido posible el DB. Me acuerdo del final donde se encontraban dos viñetas parecidas donde había que buscar los siete errores. Después buscaba con ansiedad la sección de deportes. En mi casa casi siempre estaba. Lo compraba mi tío, después lo leíamos en casa y finalmente acabada en casa de mi abuelo y mi tía. He tenido siempre una relación sentimental con el DB.

El DB, a través de la Biblioteca Nacional, me ha servido para conocer muy bien épocas pasadas y han sido amables cuando les he preguntado directamente a ellos. Y lo agradezco.

Ya siendo mayor, cuando voy al pueblo me gusta hojearlo en algún bar. Uno busca alguna noticia que mencionen a su pueblo. Y también lo leo asiduamente desde la tablet su versión digital.

Cuando apareció “la noticia” el 16 de noviembre de 2020 en el diario digitial eldiario.es leía todos los días por la mañana el DB digital esperando encontrar la misma noticia. Un día tras otro. Me pareció una noticia importante. Es importante contrastar.

Ya el 13 de diciembre del 2020 una noticia titulada “Villadiego abrirá el centro de día cuando deje la pandemia”, y otra el 14 de febrero del 2021 titulada “Buscan usuarios para el centro de día de Villadiego” hacían mención a algo pero sin informar,  para mí, de una denuncia sobre la gestión del centro de día.

Y por fin el 28 de abril del 2021 aparece una noticia sobre “la noticia” titulada: “Villadiego estrenará centro de día tras fracasar la denuncia”.  Uno se pone a leerla y si no  ha leído lo publicado en el diario.es el 20 de noviembre de 2020  no se entera de lo que lee.

Si se sigue analizando lo que se publica sobre “la noticia” en el DB, uno se da cuenta que solo cuentan lo que es favorable al “despotismo  democrático”.  A la otra parte, que representa a la búsqueda de “la justicia y la verdad”,  se la olvida sistemáticamente.

¿Qué ingenuo por mi parte? Buscar otra opinión sobre “la noticia” contrastada por las dos partes. Me pregunto: ¿A qué intereses representa el DB?

Desde ahora he dejado de creer lo que escribe el DB sobre comentarios sobre “la noticia”.