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Cine heteropatriarcal

La vieja academia en llamas

Una ceremonia César generalmente no tiene ningún interés filosófico o político particular. Sin embargo, en un momento de reorganización de las políticas de género y sexualidad, una gala televisada vista por dos millones de televidentes adquiere la consistencia de un ritual político, de "lenguaje social", para usar los términos de Lévi-Strauss, que dramatiza públicamente las posiciones de poder, escenificando su crisis y su reinscripción normativa, pero también abriendo la posibilidad de hacer visible su fracaso.
Ante las críticas sin precedentes de la dominación masculina, desde las primeras acusaciones de #MeToo hasta las declaraciones públicas de Adèle Haenel, la ceremonia César del 28 de febrero se ha convertido en un ritual destinado a la restauración mítico-mágica de la soberanía heteropatriarcal. en crisis y sus jefes. La ceremonia organizó uno de los ritos de la cultura heteropatriarcal dominante que técnicamente podría llamarse "un ritual de exaltación del violador y castigo de la niña violada (que habla)". Lo interesante de este ritual es que no está diseñado por una élite masculina para gobernar un conjunto de cuerpos femeninos sujetos, sino que es una práctica social en la que participa voluntaria y activamente. los llamados gobernantes y los gobernados,
La ceremonia César fue un ritual heteropatriarcal de restauración mítico-mágica del violador Polanski y la exclusión y asesinato de la víctima que habla, Adèle Haenel. El heteropatriarcado se caracteriza por la definición necropolítica de la soberanía masculina, es decir, por la idea de que un cuerpo blanco adulto es masculino en la medida en que puede usar legítimamente la violencia sexual contra cualquier otro cuerpo marcado como femenino, no blanco o infantil. En este sentido, el heteropatriarcado no solo considera la violación como una posibilidad, sino que la exige, al menos conceptualmente, como una condición de posibilidad para el ejercicio de la soberanía masculina heterosexual. Por eso, en el orden heteropatriarcal, Polanski no aparece como un criminal, sino como una víctima de la rebelión feminista. Pola Polanski: sueña con ser un Dreyfus del movimiento #MeeToo. El argumento de la separación del hombre y el artista, que no solo salva sino que recompensa a Polanski, oculta su posición estratégica dentro del orden heteropatriarcal. Polanski no está protegido porque es un artista. Está protegido porque es un peso pesado en la industria del cine, un hombre blanco y heterosexual. Es su condición de gran jefe y heteropatriarca de la industria del cine y no su condición de artista lo que lo protege. Por lo tanto, defender y recompensar a Polanski es una emergencia simbólica, para proteger no la "libertad del arte" sino la sumisión a la soberanía heteropatriarcal. Esta es una tarea tan urgente como colectiva, y esto se aplica tanto a lo que seguimos llamando a los hombres como a las mujeres de la academia, tanto a los blancos como a los negros, así como a los árabes como a los judíos. El gran capital heteropatriarcal prefiere la sumisión universal a las diferencias de identidad.
Segundo, el heteropatriarcado se define por la negación de la soberanía sexual y política de las mujeres más allá de los límites de las relaciones heterosexuales y el placer masculino. Por lo tanto, la niña violada, el niño violado, el hombre o la mujer o el transgénero violado no tienen derecho a hablar y tampoco son considerados sujetos políticos cuando hablan. Por lo tanto, la homosexualidad femenina se considera sexualmente anormal y, por lo tanto, debe permanecer políticamente invisible. Es posible representar la homosexualidad femenina como una fantasía del deseo masculino, pero no como una posición política y sexual autónoma. Adèle Haenel rompió estas dos reglas de heteropatriarquía: primero, habló y habló públicamente sobre el abuso sexual al que fue sometida. Después,Retrato de la niña en llamas . Adèle es una Juana de Arco del movimiento francés #MeToo, a quien la academia se apresura a quemar ritualmente durante la ceremonia de premiación. Pero como cualquier ritual colectivo, también es probable que resulte en un fracaso performativo.
Lo que está en juego aquí no es el honor del viejo y corrupto Polanski, sino la hegemonía heteropatriarcal de la academia de cine. El cine es importante no porque sea un "arte", sino porque, como explicó Teresa de Lauretis, es una de las tecnologías fundamentales para la fabricación y distribución de género y sexualidad Es una de las máquinas culturales centrales de producción de la imaginación audiovisual heteropatriarcal: una fábrica de representaciones normativas (o disidentes) de género, sexualidad y raza. La función de esta tecnología se redobla por su posición hegemónica dentro de la industria cognitiva del capitalismo mundial. En otras palabras,
Por lo tanto, podemos preguntarnos por qué seguimos esperando ingenuamente a que una de las industrias más poderosas y normativas del planeta tenga un potencial crítico y emancipatorio. ¿Podemos imaginar una ceremonia de premiación para la industria petrolera durante la cual Davi Kopenawa Yanomami (1) presentará el Premio Antropoceno a Total?
La academia sueña que la mujer violada tiene la misma posición en su industria que la vaca en la industria alimentaria. Al igual que la vaca, hay mujeres heterosexuales en todas partes en el cine, celebramos sus cuerpos ... pero, sobre todo, comemos sus cuerpos (en pantalla y fuera de la pantalla). Solo la academia de cine parece olvidar que, a diferencia de la vaca, la mujer violada produce conocimiento político de su propio proceso de sumisión. La mujer violada habla, desea y se convierte en un sujeto político. Esta es la revolución que estamos presenciando. Es esta emancipación del objeto del deseo (y la violencia) del cine lo que la academia no puede soportar.
Esta ceremonia de los Césares se caracterizó por la exacerbación ritual de todas las contradicciones, por la espectacularización pop del sufrimiento, pero también por la sumisión de la víctima y, finalmente, por la exaltación del criminal. Y en esta corografía todos juegan su papel. Como cualquier ritual para restaurar una hegemonía en crisis, la ceremonia de la academia debe inducir la unificación de teorías desunidas, la superación de antagonismos y contradicciones. En palabras de Lévi-Strauss, mediante una acción ritual, "todos los participantes pasan al lado del ganador".Y esto es lo que sucede cuando Mathieu Kassovitz habla sobre la necesidad de preservar la seducción entre hombres y mujeres en el cine; imagine que, en lugar de Mathieu Kassovitz, fue Céline Sciamma quien habló del derecho de los hombres a ¡Continúen seduciendo a los hombres y el derecho de las mujeres a seducir a las mujeres en el cine! Pero esto no está sucediendo. Lo que está sucediendo es que Kassovitz nos explica, enfatizando su papel como padre heterosexual, que consultó a su hija para alabarnos con la seducción masculina en lo que Adrienne Rich habría llamado "heterosexualidad obligatoria" " de la industria cinematográfica.
También fue necesario en un buen ritual de exaltación del violador una pequeña dosis de crítica de la pedofilia, como una vacuna homeopática. Y eso es lo que sucede cuando Swann Arlaud toma la palabra para hablar sobre los hechos que inspiraron su papel ... pero sin mencionar a Polanski. La misma superación de contradicciones se produce cuando dos mujeres, Emmanuelle Bercot y Claire Denis, anuncian el nombre del ganador del Cesar al Mejor Director. El resto es un ejercicio de obediencia a los dictados de género, sexo y raza: Anaïs Demoustier y el equipo Ladj Ly celebran sus victorias sin decir una palabra sobre Polanski. El capitalismo heteropatriarcal no es una batalla de hombres contra mujeres. No todos los hombres son depredadores, no todas las mujeres son feministas. Tampoco es una asociación de minorías para criticar el estándar. Ninguna industria tolera a los trabajadores disidentes. Es una batalla por el monopolio de la soberanía heteropatriarcal y el control de las fuerzas productivas contra cualquiera que se muestre disidente, ya sea hombre, mujer, trans, no binario, racializado o blanco. ¡Y que el cine siga siendo una celebración capitalista y heteropatriarcal!
Frente al galardonado violador, frente a la industria del cine, Adèle está sola. La niña maltratada que habla en público debe ser aislada, ridiculizada, como una bruja, si no literalmente quemada en público, al menos simbólicamente incinerada. De sus cenizas, Polanski renace en la forma de un fénix que nadie cree en el cine, pero que nadie se atreve a denunciar.


Hasta entonces el ritual parecía efectivo.
Adele estuvo en esta ceremonia, más que nunca, la chica en llamas.
Porque el ritual falla. La niña violada ya no es un cuerpo dócil, pasivo y silencioso. Ella ya no es una víctima. Es un tema político.
Adèle se levanta, con la espalda muy recta, los ojos brillantes, pronuncia "qué pena" y sale de la habitación.
Aquí está la culminación del ritual de castigo de la niña violada que habla y de la exaltación del violador. Pero este momento es también el del fracaso performativo del ritual. La academia quería imponer su arquitectura heteropatriarcal, pero resultó ser frágil y grotesca. Y al hacerlo, abrió, más que nunca, la puerta a la resistencia y la crítica.
Adèle, estamos contigo. Cuando te levantas, nos levantamos y dejamos la habitación contigo. El ritual ha sido revertido por su fuerza: la academia está en llamas y usted está vivo. Porque si la industria del cine pertenece a los jefes y los violadores, el futuro pertenece a los disidentes y disidentes violados y violados que abandonan la sala. ¡Y que la fiesta continúe en otro lado!
(1) Jefe de chamanes ecológicos, portavoz de la comunidad de nativos americanos yanomami.
Autor:Paul B. Preciado
Publicado en Liberation el 1 de marzo de 2020

Deseo tener fantasías sexuales

Los beneficios de tener fantasías sexuales

Excepto casos honrosos que han pasado a la historia, el sexo que practica la mayoría de los mortales no es sino la punta del iceberg de lo que podrían, les gustaría o imaginan hacer. Probablemente la vida sexual sea una de esas parcelas en las que casi todos suspenderíamos siempre una asignatura, no llegaríamos nunca a matricularnos en ella o no acabaríamos de encontrar el profesor, suficientemente cualificado, que haga que merezca la pena asistir a sus clases. Hay tantas vallas que rodean a la idea del sexo y que pretenden, en muchos casos, ahogarlo –moralidad, frivolidad, peligro para la salud– que abatirlas a todas supondría una lucha continua. Inconscientemente, por tanto, elegimos una parcela acotada, en la que desarrollar nuestra actividad sexual y poner las propias reglas y límites a nuestro trozo de hielo flotante.
Si hiciéramos caso a Freud, que en una ocasión dijo que “una persona feliz nunca fantaseaba, solo una insatisfecha”, pondría punto final a este artículo y así seguiría los consejos de aquellos que me instan a escribir menos porque, dicen, en Internet nadie lee nada que pase de los 500 caracteres. Pero los estudios demuestran lo contrario, que las personas más activas sexualmente y más satisfechas con esta parcela de su existencia, son las que más fantasean al respecto. Es probable que las fantasías reemplacen a la realidad, y esto puede tener su lectura triste; pero también debemos dar gracias a la imaginación porque es la encargada de sostener la ilusión, nos entrena y nos prepara para un futuro mejor. Muchos supervivientes a los campos de concentración nazis se mantuvieron vivos gracias a la fantasía. La mayor parte del tiempo ellos no estaban allí. Estaban tomando un pastis en un café de Montparnasse o de picnic, un soleado día de verano, por la Selva Negra.
Son grandes maestras



Así como los atletas de élite practican la técnica de la visualización y se ven a ellos mismos llegando los primeros a la meta, es normal que los adolescentes, todavía vírgenes, se imaginen, con todo lujo de detalles, manteniendo relaciones sexuales o llevando a cabo determinadas prácticas. “Estudios científicos revelan que en el cerebro se activan las mismas áreas cuando haces algo que cuando imaginas hacerlo”, declara Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga y directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, “además, cuanto más detalladas y precisas sean las fantasías mejor. Suponen un entrenamiento imaginario muy útil para poner en practica cuando llegue el momento”.
Generalmente la pornografía, con sus cualidades y defectos, es la profesora más popular entre los jóvenes e inexpertos, con una gran curiosidad por los asuntos de cama. Sin embargo, ésta nunca podrá sustituir a la imaginación. “En pacientes con eyaculación precoz utilizamos mucho las fantasías como herramientas en la terapia”, cuenta Molero, “Uno de los deberes que les ponemos es que se masturben y cuando están a punto de eyacular bajen la estimulación y vuelvan a empezar. La respuesta es diferente cuando utilizan un video porno o recurren a las fantasías. Generalmente con éstas últimas tardan más tiempo en acabar”.
Son el músculo del deseo
Así las definía José Luís García, sexólogo que trabaja en el servicio navarro de salud, en una entrevista a EFE Salud, con motivo del XII Congreso de la Sociedad Española de Contracepción, celebrado este año en San Sebastián. Y añadía que forman parte de la terapia a la hora de tratar la falta de deseo sexual recurrente. El cerebro es el órgano sexual por excelencia y un plan de erotización requiere empezar siempre por la cabeza. “Más que leer literatura erótica, cuando está muy bloqueado el deseo pedimos al paciente que escriba sus fantasías sexuales y que las lea en voz alta”, comenta Molero.
Todo el que se haya masturbado alguna vez sabrá también que el resultado satisfactorio depende, en un 50%, de su habilidad a la hora de estimular ciertas partes de su anatomía y, en el otro 50% restante, de su capacidad para recrear determinadas imágenes e historias en su mente, que contribuyan a la excitación. Hacerlo pensando en los cerros de Úbeda, en los cayos de Florida o en los castillos del Loira, no es lo mismo que fantaseando respecto a personajes o situaciones eróticas que nos estimulan. Muchos hombres y mujeres utilizan las fantasías para llegar al orgasmo, estén solos o acompañados. Pero además, según el libro Private Thoughts: Esploring the Power of Women’s Sexual Fantasies, de Wendy Maltz y Suzie Boss, donde se apuntan los múltiples beneficios de tener una mente calenturienta y creativa –como mejora de la autoestima o facilitar el orgasmo–, se añade uno de vital importancia en nuestros días. Las fantasías contribuyen a aliviar el estrés y la tensión, ya que como dicen estas autoras, “proporcionan un arma fácil y accesible que las mujeres pueden usar para relajarse o a escapar momentáneamente del estrés diario. Las fantasías pueden tener también un efecto calmante, similar al de la meditación, y no tienen porque implicar ningún tipo de estimulación física dirigida a la excitación a al orgasmo. Algunas mujeres las utilizan para combatir a ansiedad cuando esperan en la consulta del médico o cuando realizan vuelos de muchas horas. Muchas describen la función de la fantasía como una manera de tomarse un descanso en sus mentes, distraerse y viajar hacia pensamientos más placenteros. Fantasear no resuelve los problemas pero puede proporcionar un alivio a las preocupaciones diarias”.
No son buenas ni malas, son solo fantasías
¿Queríamos matar a nuestros hermanos cuando de pequeños le apuntábamos con una pistola de agua? La mayor parte de las veces no, era solo un juego que nunca nos llevó a plantearnos si éramos asesinos en potencia. Con la fantasías ocurre lo mismo, aunque desgraciadamente muchas personas en la edad adulta se preguntan si el hecho de que en un momento dado le gusten unos buenos azotes, significará que uno es masoquista; o si fantasear con que alguien nos asalte en la calle y nos meta en un portal con fines sexuales, se traduce necesariamente en que vamos por la vida pidiendo guerra.
“Se trata de un terreno como el de los sueños, en los que la lógica y la moral no tienen cabida”, comenta Francisca Molero con respecto a este tipo de ensoñaciones. “Lo único que importa es que cumplan su función de excitarnos. Es muy normal que la gente tenga fantasías que hablen de acostarse con un miembro del sexo opuesto, de dominación, sumisión… Intentar buscarle el sentido o querer ver que, en el fondo, ese es nuestro más profundo deseo es algo totalmente equivocado. Reprimir nuestras fantasías no es nada aconsejable y puede derivar, incluso, en un trastorno sexual. Recuerdo el caso de una paciente de 40 años, una mujer muy inteligente y válida profesionalmente, que se excitaba pensando que mantenía relaciones con hombres muy mayores. Por alguna razón debía pensar que aquello no era muy apropiado y empezó a censurar su fantasía, hasta que esto le creó una pérdida de interés en el sexo”.
En este terreno deberíamos darnos permiso para dejar de ser nosotras mismas por algún tiempo y jugar a ser otra: una ninfómana volcada exclusivamente en la lujuria, una mujer recatada que descubre el sexo por primera vez en un sucio vagón de tren, una ejecutiva que se distrae en el vuelo París-Los Ángeles con su compañero de asiento, al amparo de la oscuridad y las mantas, cuando todos duermen. Elijan a su gusto. En la imaginación todavía no hay reglas, límites, censura, IVA ni RPF, aunque el gobierno está estudiando minuciosamente un plan para implantar todas estas medidas, pensando, por supuesto, en nuestra propia seguridad.
Si la creatividad no es lo suyo o la tienen un poco oxidada el libro de Guillermina Burgos, Fantasías eróticas solo para nosotras (Marge Books), es un recetario de sueños a los que echar mano cuando las ideas faltan. Un programa de 69 sesiones para ampliar el repertorio y secciones como “Imagina que…” en la que se plantea el desencadenante de una fantasía y la historia queda abierta para que la lectora ponga su cabeza a funcionar.
No hay que compartirlas ni llevarlas a cabo, si no queremos
Pensar que debemos contar todas nuestras fantasías a la pareja, que no podemos utilizarlas cuando estamos con él/ella, y que si existen es porque esperan poder materializarse algún día, es ir en busca de los problemas y, generalmente, estos vienen ya solos. Un artículo del diario inglés The Independent, titulado How common is your sexual fantasy?, recoge un estudio que se hizo al respecto en la Universidad de Montreal, entre 1517 participantes, de los cuales el 85, 1% eran heterosexuales, el 3,6 % eran homosexuales y el resto tenía preferencias sexuales no definidas. Curiosamente, la fantasía sexual más común en hombres y mujeres es la de sentir emociones románticas durante el encuentro sexual, seguida del sexo oral y de montárselo en lugares poco habituales. Pero además, el estudio revela una diferencia entre sexos: la mayor parte de las mujeres no quieren hacer realidad sus fantasías, mientras que la mayoría de los hombres si. Fantasía y deseo son dos términos que a veces se confunden pero que Valérie Tasso diferencia en su libro Antimanual de sexo (Temas de hoy). “Cuando nos preguntamos: “¿Qué me apetece hacer?”, responde nuestro deseo. Cuando nos peguntamos: “¿Qué soy capaz de imaginar?”. Responde nuestra fantasía”. Y continúa más adelante, “la fantasía es el mapamundi de nuestro imaginario y en su labor de redacción, no se somete a código moral alguno, por lo que rebusca sin miramientos en la caja de los miedos y saca al teatrillo, cuando le apetece, a los fantasmas; a los actores de la fantasía. La fantasía sabe que se lo puede permitir, porque su obra nunca va a ser representada. El deseo erótico excita, mientras que la fantasía erótica “propone” que nos excitemos. Por tanto, el deseo sexual es realizable a poco que las circunstancias de nuestra vida lo permitan. Tiene nuestra aprobación moral y nuestro ánimo. La fantasía sexual nunca es realizable, si de nosotros depende, y ni siquiera es muchas veces “confesable”. Para realizar una fantasía, ésta debería haberse convertido en deseo y, por tanto, ya no sería una fantasía”.
Autora: 

¿Por qué no puede haber creatidigitalización?

La revolución no será digital

Aunque las herramientas creativas y la edición son hoy más accesibles que nunca, las condiciones que necesita un artista para poder desarrollar su visión y su talento están desapareciendo. Una persona que nunca está suficiente tiempo a solas, que nunca tiene ocasión de buscar a tientas en la oscuridad para encontrar una voz propia, poco podrá desarrollar aparte de la pasión por retuitear la cháchara y las opiniones de otros. El arte exige introspección.
Con sus promesas de entretenimiento y camaradería sin fin, el utopismo digital sigue arrastrándonos hacia el fondo de unas aguas cada vez más oscuras. ¿Hasta dónde nos vamos a hundir? ¿Cuánto de nuestras vidas y nuestra cultura vamos a entregar a nuestros nuevos señores digitales? Y, si le contamos todo a la Red, si no nos reservamos lo que amamos o lo que aún no está maduro, ¿qué nos impide confiar en esa Red más que en nosotros mismos? ¿Qué necesidad tenemos de intimidad?

Esta búsqueda de una conexión continua con la Red es la que impulsa la innovación. El smartphone es un dispositivo prehistórico en comparación con el futuro de unas superficies invisibles diseñadas para mantenernos conectados sin esfuerzo en todo momento. Y, si bien la conectividad constante puede representar la cúspide del progreso para los Gobiernos y las empresas, ¿cómo influirá en las artes y las letras? Pensamos que la innovación y el talento están relacionados con la libertad de pensamiento, pero ¿qué libertad hay si la mente colmena está observándonos siempre, si todos nuestros clics están vigilados, si nuestros pensamientos y nuestras emociones están controlados por algoritmos que nos conocen mejor que nosotros mismos? Las democracias se definen por aquellos que luchan a favor de la libertad. Por eso la revolución no se digitalizará.
Antes estaba más claro dónde terminaba el mercado y empezaban nuestras vidas personales. Aunque la historia está muy familiarizada con el autoritarismo, hubo un tiempo en el que la idea del dominio total de las corporaciones pertenecía al ámbito de las teorías de la conspiración y la ciencia ficción. Incluso en los peores momentos del capitalismo, suponíamos que el alcance del libre mercado tenía unos límites. Nunca habríamos podido imaginar que el mercado iba a acabar penetrando en todos los rincones de nuestras vidas. En nuestros hogares, nuestras universidades, nuestros venerados museos y bibliotecas, nuestros parques y aceras, los bosques, incluso el mar abierto; qué difícil se ha vuelto huir de los fríos brazos del comercio.

En este instante, millones de personas están confesando a sus dispositivos su miedo a envejecer y morir, y los dispositivos reaccionan ofreciendo música y descuentos. Hemos traspasado el umbral del absurdo y llegado a un momento crítico en el que tenemos que identificar qué partes de nuestra vida y nuestra cultura deben permanecer fuera de la Red, desconectadas del peligroso pensamiento colectivo y alejadas de las ignorantes perturbaciones que causa el capital de las tecnológicas.
Hace varios años, mis colegas y yo decidimos crear Analog Sea, una editorial y un instituto al margen de la Red. Defendemos el derecho de los seres humanos a desconectarse. Internet es una herramienta espectacular, pero creemos que es indispensable una cultura desconectada. Es primordial proteger la palabra impresa, así como los espacios físicos vitales en los que los humanos se miran a los ojos, en los que el diálogo civilizado y la total atención son prioritarios y las reflexiones y la imaginación tienen margen para vagar y deambular. Se trata de medidas imprescindibles para contrarrestar la locura pixelada que está apoderándose de nuestro mundo. Más que amigos sin rostro y memes virales, lo que necesitamos con urgencia son comunidades humanas llenas de empuje.
Nuestro trabajo en Analog Sea consiste en una misión de búsqueda y rescate para encontrar un tipo especial de persona, una especie en peligro, pero crucial para proteger la verdad y la belleza durante una nueva era oscurantista. Buscamos y cultivamos a quienes piensan que las raíces de la vida están firmemente plantadas en el mundo real, sin las ataduras de Internet y su goteo incesante de ruido y espectáculo. Queremos inspirar a los artistas, escritores y filósofos que mantienen nuestra capacidad colectiva de soñar. Una sociedad que no puede soñar carece de la imaginación necesaria para saber cómo es la libertad. Si eliminamos a los soñadores, la sociedad cae demasiado fácilmente en la trampa del fascismo y la guerra. Necesitamos desesperadamente la fuerza para soñar y a los artistas y pensadores para enseñarnos cómo.
De Jonathan Simons. Publicado en El País el 8 de marzo de 2020.

Epidermis y emoción.

Amigos con derecho a roce, unámonos

Cuando recibo un mensaje en el móvil, parpadea una luz azul. El resto del tiempo, la luz es verde. Esta noche, estoy con unos amigos en un café debajo de mi casa. Hablo, río, pido una cerveza, salgo a fumar un cigarrillo. Por fuera, parece que estoy presente. Pero, en realidad, estoy obsesionada con esa luz. Esa luz verde, otra vez verde, siempre verde. ¿Por qué no me escribe él? Él, un hombre al que he conocido a través de Tinder y que me gusta. Me dijo que me “tendría al corriente” de lo que iba a hacer esta noche. “Escríbele tú y ya está”, me indica una amiga. Me parece imposible. Ilegítimo. Porque estoy en el lado de las llamadas “amigas con derecho a roce”. Sí, es una expresión violenta. Vulgar. Deshumanizante, casi. Lo sé, y lo siento por la gente a la que sorprende. Pero lo uso a propósito. Para mostrar lo violento que es. Y para volver esa violencia contra la sociedad y no contra los que la padecen.
Como periodista especializada en el amor y las redes sociales, en L’amour sous algorithme investigué el funcionamiento de Tinder y su repercusión en nuestras vidas, incluso las de quienes no usan la aplicación. Una de las principales consecuencias observadas por los expertos es que se ha agudizado la separación entre vida emocional y sexual. Se ha agudizado la línea de fractura entre la pareja propiamente dicha y los amigos con derecho a roce. El compañero oficial frente a aquel al que no debemos nada. Casi como si fuera una nueva lucha de clases: la burguesía contra el proletariado emocional. Porque el problema de la relación de amigos con derecho a roce no es que sea sexo sin obligaciones, no; es que es sexo sin palabras. Sin derecho a hablar. El amigo con derecho a roce no está autorizado a expresarse, debe mantenerse confuso, sin que la claridad pueda tranquilizarle; solo está autorizado a esperar, mientras finge que no espera nada; no está autorizado a escribir mensajes. ¿Les parece anecdótico? Me parece todo lo contrario. Nunca me cansaré de repetirlo: nuestra vida digital es nuestra verdadera vida. No tener derecho a escribir un mensaje es no tener derecho a hablar.
He pasado tres años enganchada a Tinder porque fingía no esperar. Tinder, con su sistema de deslizar y coincidir, está pensado para engancharnos; es lo que los especialistas como la profesora estadounidense Natasha Dow Schüll llaman el diseño de la adicción. Uno de los mecanismos psicológicos más poderosos de la adicción es el principio de la recompensa aleatoria y variable. Todo se reduce al hecho de no saber si vamos a recibir una recompensa y de qué naturaleza. ¿Un mensaje? ¿Una coincidencia? ¿Pero de quién? Con cada notificación, se produce una nueva descarga de serotonina en nuestro cerebro, como cuando ganamos al Candy Crush. Es el mismo mecanismo que nos engancha a Instagram o Facebook. Si el mecanismo se ha apoderado tanto de mí es porque, para fingir que no esperaba, me dedicaba a conversar con otros hombres. Prefería volver a empezar de cero con otro antes que mostrarme vulnerable, atreverme a reconocer que estaba pendiente de la luz verde.
No creo que, en mi caso, fuera cuestión de orgullo, sino más bien de un profundo sentimiento de ilegitimidad. Como no estaba en una pareja tradicional, no tenía voz en el asunto. No me di cuenta enseguida, Fue cuando pedí mis datos personales a la aplicación y leí la totalidad de mis mensajes, unos detrás de otros, cuando comprendí que me había quedado estancada. Estaba atrapada en un bucle.

No se trata de escribir un alegato en defensa de que todas las relaciones sexuales desemboquen en el matrimonio, con peladillas y vestido de novia, salvo para quienes así lo deseen. Sin duda, es maravilloso poder hacer el amor sin formar necesariamente una pareja. ¿Pero por qué separar el sexo de las emociones? ¿Por qué convertirlo en un producto de consumo inmediato, que se desliza y se olvida a continuación? Por otra parte, ¿es humanamente posible separar el sexo de las emociones? “Como si pudiéramos verdaderamente acariciar la piel de un/a desconocido/a sin emocionarnos un poco”, escribe Victoire Tuaillon en Les couilles sur la table.
De hecho, ¿existe el sexo por el sexo? Durante mi investigación me he encontrado con decenas, centenares de personas que desplegaban enormes energías para obligarse a no sentir nada. Como si no sentir nada fuera un logro. ¿Por qué? ¿Para qué hacer el amor si no es para ser visto/a, tocado/a, sostenido/a, abrazado/a por ser esa persona, precisamente esa persona y no otra? La periodista estadounidense Moira Weigel afirma en The Labor of Love que el capitalismo nos ha robado la revolución sexual. Convertir el sexo en un objeto de consumo como cualquier otro beneficia, por ejemplo, a aplicaciones como Tinder. Mientras deslizamos kilómetros y kilómetros de vacío, la aplicación saca provecho a nuestros datos y se transforma en la aplicación más rentable de la App Store.
Viví dos años en Berlín, considerada la capital europea de la diversión y la liberación sexual. La ciudad acoge unas veladas locas, magníficas y liberadas, con todos los excesos que eso entraña. Sin embargo, me pareció que era también la capital de la soledad. Participé en grupos de apoyo dedicados a Divertirse en Berlín, a los que acudían jóvenes llenos de angustia. Porque, en nuestra sociedad, optar por la libertad y rechazar la pareja tradicional es incorporarse al proletariado emocional. Si la expresión de las necesidades afectivas solo se considera legítima en el marco de la pareja, ¿cómo construir una vida segura cuando todas nuestras relaciones íntimas deben ser “ligeras”, “divertidas”, “desenfadadas”? Por supuesto, y afortunadamente, tenemos en nuestras vidas otras fuentes de felicidad y afecto: amigos, familias, incluso animales.
Pero es urgente que nos neguemos a la separación forzosa del sexo y las emociones, que inventemos nuevas maneras de conectar, aparte de, por un lado, el amigo con derecho a roce que solo puede callarse y, por otro, el vínculo oficial que tiene todos los derechos, a veces incluso demasiados (a aislarnos del mundo, vigilarnos, leer nuestra correspondencia). Rechazar esta división entre la sexualidad y las emociones, que rebaja las experiencias humanas plenas y las transforma en semiexperiencias, que empaña los amores de vacaciones, los besos a medianoche y las pasiones más deliciosas, y los convierte automáticamente en sucedáneos de relación. Este combate se libra en todas partes, en las palabras que empleamos para hablar de nuestras experiencias sexuales, en las películas, los libros y los relatos que se construyen. Pero creo que empieza en cada uno de nosotros. Cuando escribía L’amour sous algorithme me di cuenta de que el combate debía comenzar en lo más profundo de mi ser. Para empezar, frente a la intromisión de las voces dentro de mi cabeza: lo que Bourdieu llama la violencia simbólica, la interiorizacion de la dominación. Unas voces que me repetían que nunca sería suficientemente guapa, suficientemente divertida, suficientemente nada para poderme expresar con plenitud. Todos tenemos esas voces, hombres y mujeres, porque todos hemos crecido en una sociedad que nos llama al orden de forma brutal desde niños siempre que no respondemos por completo a las normas de la feminidad o la masculinidad y, más tarde, de la pareja. “Me han hecho falta muchos años para vomitar todas las porquerías que me habían enseñado sobre mí mismo”, escribió James Baldwin, el poeta afroamericano, en relación con lo que había sufrido por ser negro en Estados Unidos en los años cuarenta.
Sin poder imaginarme los horrores que sufrió él, creo que podemos inspirarnos en su lucha. Aprender a no despreciar nuestras emociones cuando se salen de la norma. Decir nuestra verdad. Escribir esos mensajes. Levantar la cabeza del móvil, dejar de obsesionarnos con las luces verdes, los “visto”, las V azules de WhatsApp. ¿Les parece anecdótico? Nunca me cansaré de repetirlo: nuestra vida digital es nuestra verdadera vida. Levantar la cabeza del teléfono es levantar la cabeza, sin más.
Judith Duportail es periodista y escritora. Su último libro es El algoritmo del amor: Un viaje a las entrañas de Tinder (Contra).
Publicado en El País el 28 de febrero de 2020.