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Naturaleza y Biología.

 Toda la polémica en torno a Ana Obregón y la “gestación subrogada” olvida un presupuesto muy banal: el de que solo es posible porque la ciencia ha separado la reproducción de la sexualidad, la reproducción de la maternidad y la reproducción de la vida, tres operaciones que la naturaleza parecía haber unido de manera indisoluble. Para tener un hijo, una mujer estaba obligada a mantener relaciones sexuales, gestar en su propio vientre un embrión y, por supuesto, estar viva. Hoy una persona muerta puede tener un hijo en otro cuerpo, cuyo vientre será considerado solo “gestante” y no ya “madre”. Más allá del contexto mercantil de este proceso, lo cierto es que la ciencia ha hecho posible desconectar instancias de cuya fusión ha dependido durante miles de años la reproducción material de la humanidad.

Lo curioso en este caso es que se invierte la distribución ideológica tradicional, de manera que la izquierda, muy desconfiada respecto de la idea de “naturaleza”, se manifiesta tajantemente en contra de la “gestación subrogada”, mientras que la derecha, que considera antinaturales el aborto, la homosexualidad y el cambio de sexo, está a favor de esta desconexión “artificial”. La contradicción es solo aparente. Ninguno de los dos está pensando en la naturaleza. La izquierda piensa en el cuerpo de la mujer y en la criatura nacida o por nacer; la derecha en la “biología” como mito perpetuador de la raza y de la clase.


La condición humana consiste desde el principio en una cierta desconexión respecto de la naturaleza, una de cuyas expresiones más fecundas y más ambiguas es la ciencia. Ahora bien, no hay una continuidad necesaria entre la ciencia y los derechos. Caín tuvo que recurrir a una quijada de burro para matar a su hermano Abel, pero a nadie se le ocurriría decir que ese asesinato hubiese sido legítimo de haber utilizado Caín un cuchillo o una pistola, grandes logros tecnológicos de la civilización. No está prohibido matar con las manos y permitido matar con un cañón; lo que está prohibido es la acción misma de matar. Ningún avance tecnológico constituye en sí mismo un avance humano y mucho menos una conquista jurídica. El motor de explosión, por ejemplo, fue una extraordinaria innovación de la que no se desprendía inexorablemente el derecho al uso de un automóvil privado; hoy, en pleno cambio climático, comprendemos que era un derecho no generalizable y que podría ocurrir que tengamos que renunciar a él. Otrosí para los trasplantes de órganos, progreso médico de cuyas maravillas nadie puede apostatar, pero que, en un contexto de escasez de riñones e hígados, no constituye un derecho individual. Tampoco es un derecho la adopción o, al menos, no un derecho de los padres, pues nadie podría adoptar un niño si (al contrario de lo que ocurre con los órganos) no hubiera en el mundo más niños abandonados que padres potenciales. Si la adopción es un derecho, es sin duda un derecho de los niños: el derecho a la vida, a la alimentación, al cuidado de los más frágiles. Los homosexuales no tienen menos derecho a la adopción que los heterosexuales; tienen el mismo derecho; es decir, ninguno. O solo lo tendrán —unos y otros— mientras siga habiendo niños huérfanos necesitados de protección.


Aún menos existirá, por tanto, un derecho a ser “padres biológicos”, que es una de esas cosas que ocurren o no ocurren “naturalmente”; la esterilidad se puede experimentar como una desgracia y buscar remedio en tratamientos de fertilidad y clínicas especializadas, como se pueden buscar soluciones a la calvicie. Pero no es un derecho. Aquí “biología” y “naturaleza” se oponen de un modo revelador que explica la contradicción señalada más arriba. Lo “natural” es querer cuidar, abrazar, arropar, aupar a un niño, con independencia de su procedencia biológica. Creo que en la izquierda no estamos en contra de la naturaleza, sino de la biología: en contra de que la biología decida nuestras vidas y el orden social; y estamos a favor de que, contra ella, se imponga la naturaleza, incluso en forma de vacuna, de incubadora o de biberón.


Ahora bien, el caso de Ana Obregón, con todas sus sombras distópicas y flecos macabros, se inscribe en un debate más ancho sobre ciencia, deseo y derecho. ¿Qué deseos debe la ciencia satisfacer y el derecho aprobar? El principio es claro: ni debemos ni es nuestro derecho hacer todo lo que la ciencia y la tecnología nos permiten. A partir de ahí todo es oscuro. ¿Qué criterio seguiremos para descartar o al menos regular algunas de estas innovaciones? Si Dios ha muerto, no está todo permitido, como pretendía Dostoievski; lo que sucede es que ahora todo puede ser renombrado. Eso quiere decir la famosa sentencia nietzscheana sobre la muerte de Dios: que la modernidad ha roto la conexión “natural” entre las palabras y las cosas; que no nos sabemos ya los significados y, por lo tanto, tenemos que averiguarlos. Se trata menos de renombrarlo todo que de aceptar que, bajo presiones felices e infelices, es inevitable explorar y revisar el nombre de las cosas. La cuestión es: ¿quién será ahora el nominador en lugar de Dios? ¿El neoliberalismo? ¿Vox? ¿Un grupúsculo identitario? Si no hay ya un Nominador con mayúsculas, tendremos que constituir uno minúsculo: una asamblea democrática y republicana que delibere acerca de la tradición y de la innovación, de lo que debe ser conservado y de lo que debe ser transformado. Por desgracia, en condiciones de mercado neoliberal y de iliberalismo reaccionario, esa asamblea de científicos, juristas y ciudadanos de a pie es difícil de constituir; y no será fácilmente escuchada. El debate, en todo caso, es fundamental. No podemos entregar la tradición a la reacción ni la innovación al neoliberalismo. Por eso, en esta deliberación inaplazable, el derecho es tan importante y se ve en tantos aprietos: porque es el árbitro entre estas dos instancias —tradición e innovación— que regulan necesariamente nuestra vida.


Sea como fuere, si hay que renombrar las cosas —y no hay más remedio, nos guste o no— atengámonos a estos dos criterios: la vulnerabilidad y la universalidad. El derecho tiene que proteger a los más frágiles y por eso, en el caso de la maternidad subrogada, debemos negar el derecho individual a ninguna clase de prolongación genética de los cuerpos, y menos si la condición es el dinero; y menos aún si hay miles de niños abandonados pidiendo ser devueltos a la naturaleza humana. En cuanto a la universalidad, nadie puede tener derecho a ninguna ventaja científica o tecnológica no generalizable al conjunto de la humanidad; o no generalizable sin daño para el conjunto de la humanidad. Nadie tiene derecho a comer si no comemos todos; y nadie tiene derecho a comerse al otro, pues el canibalismo es incompatible con la supervivencia general. Nadie tiene derecho tampoco a luz eléctrica en el barrio de Salamanca si no lo tienen también en la Cañada Real; y nadie tiene derecho a una huella ecológica que, de ser universalizada, haría imposible la vida humana. Con estos precarios y viejos criterios tenemos que aprender a distinguir entre mercado, ciencia y derechos allí donde de hecho el capitalismo ha superado todos los límites de la antigua humanidad. Nuestra tarea es crear otros —límites— a la medida de un niño, de un inmigrante y de un transexual.


Autor: Santiago Alba Rico


Publicado: El País. 28 ABR 2023 

Románico, rural y poco conocido: el encanto de seis enclaves con iglesias, ermitas y monasterios por descubrir en España

 



Más allá de los nombres señeros del románico peninsular, de joyas como la colegiata de San Isidoro de León, el claustro de Santo Domingo de Silos (Burgos), la catedral de Santiago de Compostela o la catedral Vieja de Salamanca, han sobrevivido numerosos enclaves, desde Galicia hasta el Pirineo de Huesca, pasando por Asturias, Castilla y León y Zaragoza, que forman conjuntos monumentales modestos, en pueblos, pero no por ello carentes de valor y que reflejan cómo era la vida rural hace casi mil años. Un curso celebrado este fin de semana en la Fundación Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia), titulado Enclaves del románico hispano, ha reunido a seis historiadores que han defendido la singularidad de estos espacios, en ocasiones denostados.

Un modelo de éxito en Galicia

Iniciando ruta desde el oeste de la Península, en Galicia triunfó en los siglos XII y XIII un tipo de iglesia “que procedía de Compostela y se irradió al resto del entonces reino gallego”, explica a EL PAÍS Victoriano Nodar, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Vigo. Ese paradigma fue Santa María la Real de Sar, en Santiago, “de 1136”. “Un caso de extraordinaria fortuna que se trasladó a otras iglesias. Los autores eran los mismos, procedentes del taller de la catedral de Compostela, que se construyó en paralelo. De hecho, se desarrolló en la época del arzobispo Diego Gelmírez [promotor de la catedral compostelana]. Este modelo de éxito se expandió por la diócesis de Ourense”. ¿Por qué triunfó? “Era económica de construir, se levantaba rápidamente y tenía varios usos: servía para albergar a los miembros de las órdenes religiosas, como parroquia, santuario...”.

Exterior de la iglesia de Santa María de Sar, en Santiago.
Exterior de la iglesia de Santa María de Sar, en Santiago.VICTORIANO NODAR / FUNDACIÓN SANTA MARÍA LA REAL

¿Cómo es esa iglesia que se replicó? “Tiene tres naves, la central el doble de ancha que las laterales, y tres ábsides en la cabecera. El templo tenía tres puertas, que reflejaban la sociedad estamental medieval: una era para las ceremonias, otra para que entrase el pueblo a la zona dedicada a parroquia y la última, privada, para la comunidad religiosa, que comunicaba con las dependencias monásticas”. Nodar subraya que esta tipología “se repitió en decenas de casos durante décadas”.

Los canteros y escultores copiaron su trabajo en iglesias hermanas, como Santa María la Real en Xunqueira de Ambía, Santa Mariña de Augas Santas o el monasterio de Santa María de Xunqueira de Espadanedo (todos en Ourense). Un éxito que “continuó hasta el XV, ya con el gótico, lo que significa que traspasó los límites temporales del románico”.

Interior de Santa Mariña de Augas Santas.
Interior de Santa Mariña de Augas Santas.VICTORIANO NODAR / FUNDACIÓN SANTA MARÍA LA REAL

Densidad de iglesias y riqueza escultórica en Villaviciosa

Isabel Ruiz de la Peña, doctora en Historia del Arte de la Universidad de Oviedo, abordó el románico en el entorno de Villaviciosa, “donde está la mayor concentración” de este arte en Asturias. “Hay unas 20 iglesias rurales, parroquiales, con piedra de gran calidad, a lo que se suma su rica escultura en portadas, aleros, capiteles, tallas... con iconografía no solo religiosa, también hay escenas con juglares”. Este conjunto “no empezó a estudiarse hasta finales de los setenta del siglo XX, gracias a Etelvina Fernández, catedrática de la Universidad de León, hoy jubilada”.

Interior de la iglesia de Santa María de Valdediós (Villaviciosa).
Interior de la iglesia de Santa María de Valdediós (Villaviciosa).ISABEL RUIZ DE LA PEÑA

¿Qué tenía de especial Villaviciosa? “Es una zona atravesada por una ría, rica en pesca, muy conectada con las rutas atlánticas, lo que motivó que en sus templos haya elementos del románico inglés”. El asturiano “es tardío, de fines del XII y principios del XIII”. Con dos momentos clave: “Hacia 1200, cuando se asentaron en la zona monjes cistercienses; y luego en 1270, con el otorgamiento del fuero a esta villa por Alfonso X”.

Fruto de esto último se erigió Santa María de la Oliva, antiguamente conocida como Santa María del Concejo, “la iglesia de esta villa, a caballo entre románico y gótico”. Anteriores son la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós (en torno a 1200) y San Salvador de Fuentes, consagrada en 1021. En ese templo se encontraba una magnífica cruz de plata para procesionar, de 1150-1175, “que donó una mujer, Sancha González, pero hoy la original está en el Metropolitan de Nueva York porque salió de España a finales del XIX”. Hay una réplica en el Museo Diocesano de Oviedo.

Cruz en plata de San Salvador de Fuentes (Villaviciosa), que se conserva en el Metropolitan de Nueva York.
Cruz en plata de San Salvador de Fuentes (Villaviciosa), que se conserva en el Metropolitan de Nueva York.

Un ábside extraño en la provincia de Zamora

Cabecera rectangular de Santa Marta de Tera (Zamora).
Cabecera rectangular de Santa Marta de Tera (Zamora).OMEDES

Otro conjunto de iglesias, levantadas en el antiguo reino de León, tuvo como característica que su ábside es recto, en vez de semicircular, como es por excelencia en el románico. De ellas habló el historiador del arte José Alberto Moráis, de la Universidad de León: “Estas iglesias son desde finales del XI hasta el XIII, sobre todo en la provincia de Zamora, “aunque la cabeza de este pequeño mundo fue Astorga”. Durante mucho tiempo se dijo que se levantaron con ese tipo de ábside porque no tenían dinero, que eran austeras, pero en realidad fue por ser fieles a construcciones prerrománicas que conocían; recurrieron a un modelo antiguo porque lo consideraban de prestigio, hasta se tomaban piezas de construcciones romanas de la zona para darles más valor”.

Planta de la iglesia de Santa Marta de Tera (Zamora), con su cabecera rectangular.
Planta de la iglesia de Santa Marta de Tera (Zamora), con su cabecera rectangular.FUNDACIÓN SANTA MARÍA LA REAL

La más conocida es Santa Marta de Tera, en la localidad zamorana homónima. Si tomamos un mapa, esta “cabecera plana” es un denominador común si trazamos la línea León-Astorga-Tera-Zamora. Moráis abundó en que estas edificaciones “fueron denostadas debido a su simplicidad, pero es que era algo buscado”.

Humilde ladrillo en el norte de la provincia de Ávila

Antiguo monasterio de Santa María de Gómez Román, cerca de Arévalo (Ávila), también conocido como La Lugareja.
Antiguo monasterio de Santa María de Gómez Román, cerca de Arévalo (Ávila), también conocido como La Lugareja.RAIMUNDO MORENO BLANCO

Si nos desplazamos a la comarca de la Moraña y Tierra de Arévalo, en el norte de la provincia de Ávila, azotada por la despoblación y el envejecimiento, existe otra agrupación de iglesias y ermitas de la segunda mitad del XII y comienzos del XIII de un románico peculiar, “debido a los materiales con que se levantaron”, dice Raimundo Moreno Blanco, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca. “Es un románico para poblaciones pequeñas, que tenían pocas opciones económicas y no podían contratar a arquitectos famosos. En un terreno, la Castilla de las grandes llanuras, que no ofrecía piedra, de ahí que se empleara el ladrillo”.

Entre estas “construcciones humildes, de una sola nave”, destaca el antiguo monasterio de Santa María de Gómez Román (a dos kilómetros de Arévalo), conocido como La Lugareja. “Estas decenas de templos están muy vinculadas a la repoblación del territorio tras la entrada del rey Alfonso VI de León en Toledo”. En ellos son características las torres, “incluso alguna iglesia tiene dos, una maciza, que era el campanario, y otra hueca, probablemente como ostentación para demostrar las posibilidades que tenían”.

Lo que apenas han llegado son esculturas, aunque entre esas manifestaciones destaca un rostro de rasgos africanos en La Lugareja (¿quizás por la presencia musulmana?). “A partir del Renacimiento se revistieron los interiores y se ocultó lo románico. Ahora se están levantando esas estructuras para determinar cómo eran en origen”.

Escultura de un rostro con rasgos africanos en La Lugareja.
Escultura de un rostro con rasgos africanos en La Lugareja.RAIMUNDO MORENO BLANCO

Maestros de la escultura en Cinco Villas (Zaragoza)

Una zona que, en cambio, presenta una excepcional decoración escultórica es la zaragozana comarca de Cinco Villas. Juan Antonio Olañeta, historiador del arte en las universidades de Lleida y Barcelona y responsable de la web claustro.com, disertó sobre “13 iglesias de ocho municipios; solo en la localidad de Uncastillo hay seis”. Destacó la decoración de las portadas de esos templos. Los aficionados al románico pueden extasiarse contemplando las de Santa María y San Felices, en Uncastillo; San Salvador de Ejea de los Caballeros o San Esteban en Sos del Rey Católico.

Ermita del antiguo monasterio de Puilampa, en Sádaba (Zaragoza).
Ermita del antiguo monasterio de Puilampa, en Sádaba (Zaragoza).JUAN ANTONIO OLAÑETA / FUNDACIÓN SANTA MARÍA LA REAL

También han llegado hasta hoy los nombres de escultores como Leodegarius o el conocido como maestro de San Juan de la Peña. “En esta zona confluyeron varios de los talleres más importantes del momento, alguno procedente del sur de Francia”. Olañeta explicó que en la iconografía de las Cinco Villas hay temas predilectos: “Episodios del Antiguo Testamento, como la expulsión del paraíso, y del Nuevo, en especial, escenas de la infancia de Cristo, como la snunciación o la adoración de los Magos”. Asimismo, hay representaciones de músicos y danzarinas, alguna posando con los brazos en jarras, y monstruos devoradores de pobres víctimas.

Crismón que decora el tímpano de la portada oeste de la iglesia de San Nicolás en El Frago, en la comarca de las Cinco Villas.
Crismón que decora el tímpano de la portada oeste de la iglesia de San Nicolás en El Frago, en la comarca de las Cinco Villas.JUAN ANTONIO OLAÑETA / FUNDACIÓN SANTA MARÍA LA REAL

Sorpresa entre valles pirenaicos perdidos

Este viaje de oeste al este finaliza con las iglesias del Serrablo, en el Alto Valle del río Gállego (Huesca). Se localizan en poblaciones “que tenían como máximo unos 10 fuegos, es decir, hogares”, señala Javier Martínez de Aguirre, catedrático de Historia del Arte Medieval en la Universidad Complutense de Madrid. “Hablamos de unos 25 edificios, que están en valles pirenaicos perdidos; pequeños, que no fueron estudiados hasta los años treinta del siglo XX”. Desde entonces se desarrollaron dos teorías, “en un debate que sigue abierto”: o se las considera mozárabes, por incluir elementos de origen islámico, o se las clasifica como románicas. “En mi opinión, estamos ante iglesias del románico pleno, buena parte se construyeron en el XII”.

Lo que se ignora es por qué en esta zona de difícil acceso hay tal concentración de templos, “ya que no era poderosa económicamente”. “Se cree que fueron obra de distintas cuadrillas en diferentes momentos y se han conservado las que estaban en pueblos más pequeños y de menor renta”. La más célebre es San Pedro de Lárrede (Sabiñánigo), con su torre elevada y esbelta.

Una peculiaridad de casi todos estos ejemplos “es que en su decoración exterior hay una solución rara, un friso de rollos verticales, unos elementos redondeados que están en el ábside y cuyo origen se desconoce”. Esto, unido a la presencia de arcos de herradura y las torres, “que a algunos estudiosos les recuerdan a alminares de mezquita, reforzaron la tesis del origen mozarabista”. “Otros expertos lo niegan y entienden que estas peculiaridades proceden del primer románico, de tradición lombarda, italiano”.

Friso de rollos, elemento ornamental en la iglesia de San Pedro de Lárrede.
Friso de rollos, elemento ornamental en la iglesia de San Pedro de Lárrede.

Todos estos paisajes del románico parecen cuadrar con el florecimiento de poco después del año 1000 que describió un monje de la orden de Cluny: “Fue como si el mundo quisiera despojarse de su robustez para recubrirse de un blanco manto de iglesias, a cada cual más hermosa”.


Los presos de la crucifixión porque fueron olvidados

 

La identidad de los crucificados en el Gólgota: lo que una investigación histórica descubre sobre la muerte de Jesús


Hay algo intelectual y éticamente inquietante en la celebración de la  Semana Santa. Los cristianos comienzan conmemorando la pasión y muerte en cruz de Jesús de Nazaret bajo las órdenes de un prefecto romano. Más allá de la inercia de la liturgia y de la costumbre, sin duda, es posible discernir la respetabilidad de reivindicar a una víctima de tan bárbaro suplicio. Lo preocupante es el hecho de que no sean recordadas las crucifixiones de esos otros que padecieron también bajo Poncio Pilato. En efecto, los propios evangelios canónicos indican que, junto al galileo, hubo dos ejecutados más: en el Gólgota tuvo lugar una crucifixión colectiva. Por alguna razón, empero, el afán de recordación resulta aquí llamativamente selectivo, pues no se extiende a esos otros desdichados.

Merece la pena caer en la cuenta de lo que tal olvido denota: no hay razón alguna para suponer que esos hombres no fueran también maltratados antes de ser conducidos al patíbulo, o que el tormento de sus cruces fuese menos cruento y doloroso que el de Jesús. No obstante, convertidos en sombras insignificantes —vulgares “ladrones”—, han sido reducidos a detalles secundarios y negligibles de ese trágico escenario en el que agoniza el Hijo de Dios. Que una tradición religiosa que presume de tener como uno de sus más altos valores el amor al prójimo permanezca tan desmemoriada respecto al sufrimiento de los otros ajusticiados debería, a cualquier conciencia reflexiva, dar mucho que pensar.


El destino de esos crucificados, víctimas también de damnatio memoriae, a nadie parece importar un ardite. A nadie, salvo a algunos historiadores inquisitivos, que no han dejado de preguntarse por su identidad. Pero ¿es posible averiguar algo sobre individuos acerca de los cuales los textos son tan parcos? La búsqueda parecería inútil, si no fuese porque a menudo la verdad se agazapa en los detalles. El evangelista presumiblemente más antiguo, conocido como Marcos, los denomina lestai —un sustantivo que retoma Mateo y que, a diferencia de lo que suele creerse, no significa “ladrones”—. El término designa a “bandidos” o “bandoleros”, pero es el mismo que usan por doquier el cronista judío Flavio Josefo y los autores romanos que escriben en griego para referirse, de forma despectiva, a los insurgentes que se oponían a la dominación imperial. Esto, además del hecho de que, según las fuentes disponibles, en la Palestina sometida a Roma la pena de crucifixión se aplicase casi en exclusiva a los rebeldes políticos y a sus secuaces, permite inferir que los crucificados junto a Jesús no fueron simples “ladrones”, sino patriotas, insurrectos, luchadores por la libertad de su nación.


A esta luz, la escena del Gólgota deja de ser un episodio flagrantemente absurdo (¿por qué dos simples ladrones y un predicador inocuo habrían sido crucificados, y a la par?) para cobrar todo su sentido. Recordemos el título de la cruz de Jesús: “Rey de los judíos”. Que esa designación no fue una acusación maliciosa lo prueban no pocos pasajes evangélicos en los cuales el elocuente protagonista enarbola una pretensión regia. Ahora bien, tal aspiración representaba, en el Imperio Romano, un inequívoco crimen de lesa majestad por cuanto entrañaba un llamamiento a la subversión y a la independencia. Se puede empezar entonces a vislumbrar la relación que hubo de existir entre los tres crucificados, así como a comprender por qué Pilato mandó ejecutarlos juntos del mismo modo, al mismo tiempo y en el mismo lugar: todos ellos se habían mostrado, de una manera u otra, enemigos de Roma.


Lo anterior es solo uno de los numerosos indicios que, a más tardar desde el siglo XVI, han llevado a estudiosos de muy diversas procedencias ideológicas a concluir que ese visionario apocalíptico que fue Jesús debió de estar implicado en algún tipo de resistencia antirromana: sus estereotipos y su actitud despectiva hacia los no judíos (a los que en alguna ocasión llama “perros”), su elección de doce discípulos como símbolo de las doce tribus y del anhelo de reconstitución del pueblo judío, su promesa a esos doce de que gobernarían sobre Israel, los vestigios de la profunda hostilidad entre Jesús y el prorromano Herodes Antipas, su pretensión de ser el rey mesiánico, la (plausible) acusación de que se opuso al pago del tributo al Imperio, la orden a sus discípulos de adquirir espadas y la presencia de tales armas en manos de aquellos, así como ciertos rastros de comportamientos violentos… son solo algunos de los abundantes elementos textuales proporcionados por los escritos neotestamentarios que, de forma convergente, apuntan hacia una fisonomía muy distinta a la del manso ser que los teólogos y sus adláteres se han esforzado en construir.

A diferencia de la mirada del adorador, que aísla y singulariza su objeto de veneración, postulándolo como único e incomparable hasta el punto de tornarlo en un enigma; la del historiador hace justamente lo contrario: reinserta al personaje en su contexto, lo relaciona con otros —en virtud de la verdad elemental de que ningún ser humano es una isla— y lo somete al escalpelo del análisis y de la analogía, volviéndolo así comprensible. Tal implacable rigor ha sido aplicado al judío Jesús/Yeshua, hijo de José, cuya vida y cuya muerte adquieren de ese modo pleno sentido en la Palestina, sometida al yugo romano, del siglo I de la era común.


La medida en que una aproximación estrictamente histórica resulta iluminadora es visible en el hecho de que incluso la creencia en la resurrección del galileo, celebrada el Domingo de Gloria, puede ser entendida cuando uno se toma la molestia de documentarse y de razonar lo bastante. El proceso de magnificación de Jesús y de su conversión en Dios fue desde luego complejo, pero su génesis y su desarrollo se explican no solo en función de las intensas necesidades psicológicas de sus, al principio, defraudados discípulos, sino también a la luz de las culturas de la cuenca del Mediterráneo. El nacimiento virginal, la preexistencia, la taumaturgia, la muerte vicaria, la inmortalidad, la ascensión al cielo, la resurrección como deificación… son, todas y cada una, nociones que se encontraban ya en la polimorfa religiosidad de época grecorromana, de donde fueron —consciente o inconscientemente— tomadas (piénsese, por ejemplo, en el culto al emperador). Ello significa que, lejos de constituir el misterio proclamado por el oscurantismo institucionalizado de ciertos púlpitos y cátedras, también la divinización de Jesús resulta ser un fenómeno suficientemente inteligible.


La Semana Santa podría adquirir sentido incluso para quienes no comparten el mito cristiano si fuese la reivindicación, no de la muerte brutal de un solo hombre hace dos mil años, sino de la vulnerada dignidad de todos aquellos que entonces fueron víctimas de la sevicia del poder, incluyendo a los crucificados con Jesús a las afueras de Jerusalén. Quizás esa conmemoración incrementase aún su trascendencia si lo fuese de quienes hasta hoy siguen viendo destrozadas sus vidas por Estados criminales. Después de todo, las infamias y tropelías perpetradas por los déspotas que sueñan con viejos o nuevos imperios acaban siempre por volver —ahí se hallan ahora, nítidamente perceptibles, en la barbarie padecida al este de Europa— de forma tan insistente como retornan, año tras año, vigilias y procesiones.