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Heroicidad vs sufrimiento

¿Por qué la tauromaquia es un escándalo?

Recuerdo haber compartido con Carmen Calvo un homenaje a Sánchez Mejías. Y haberla escuchado definir la tauromaquia como un arte transgresor y vanguardista. Un espejo de la modernidad. No va a resultarle sencillo defender semejante punto de vista en el Consejo de Ministros. El presidente es antitaurino. Y antitaurinos son la vicepresidenta Ribera y el vicepresidente Iglesias, más todavía después de haber asumido las responsabilidades del bienestar animal y de haberse recreado en los aforismos adanistas de Gandhi.
Es la perspectiva desde la que la tauromaquia se expone a una amenaza ideológica, cultural y normativa. Ideológica, porque se vinculan los toros a la derecha y la España cavernaria. Cultural, porque van a esgrimirse razones civilizadoras para exterminar la tauromaquia. Y normativa, porque el Gobierno del progreso y del bien prepara un paquete de reglamentos y medidas tutelares que pretenden desnutrir y acosar el segundo espectáculo de masas de España.
Los toros son un escándalo, conviene reconocerlo y hasta celebrarlo. Un escándalo porque exponen la muerte. O porque la subliman desde la estética y el arrojo. Los toros son un escándalo porque reivindican la liturgia y el rito en una sociedad enfermizamente secularizada. Los vaqueros de Iglesias en el Consejo de Ministros sobrentienden una trivialización de las instituciones y de la forma. La peculiaridad de Wimbledon como el torneo más reputado de tenis se la proporcionan la tradición, la hierba y la obligación de vestir de blanco. Un juez no se pone una toga o una peluca para disfrazarse, sino para solemnizar la noción suprema de las leyes.
Es una manera de comprender la relación de la tauromaquia y el misterio eucarístico (pagano) que la convoca. No hay indumentaria más incómoda que un vestido de luces, pero la seda y el oro revisten al torero de una misión excepcional. No se puede torear en chándal, igual que un obispo no puede oler a oveja, le guste o no le guste a Bergoglio el estupor litúrgico.
Los toros son un escándalo porque discriminan al verdadero héroe del héroe accidental. Proliferan estos últimos en los vídeos virales. Se ha democratizado el heroísmo. Cualquiera puede convertirse en Hércules después de haber salvado una mascota de una cornisa, pero el torero concibe su misión desde la conciencia del peligro y de la muerte. Se ha preparado para el uno y para la otra. José Tomás es un personaje homérico en medio de héroes de pacotilla.
Los toros son un escándalo porque exponen el sufrimiento de un animal en tiempos de animalismo sectario y dogmático. No es el motivo que nos reúne en una plaza, pero el sadismo que nos pueda atribuir Pablo Iglesias o una concursante de OT —nazis, llamó a los taurinos, con lo buen animalista que fue Himmler— subordina la devoción totémica que profesamos al uro. Se idolatra al toro. Y se adora su imagen en los campos y las carreteras en la publicidad sin publicidad del toro de Osborne. El toro es la dehesa y la marisma. El amo del territorio. Al toro no se lo degüella en un siniestro matadero. Se lo sacrifica con el trance de la 'suerte suprema'. La espada y el riesgo del desenlace implican un compromiso ético. Una muerte no ya digna, sino expuesta al hálito de la última cornada.


Los toros son un escándalo porque identifican un acontecimiento masculino. Masculino no quiere decir machista. Si la tauromaquia lo fuera —machista—, lo haría como un reflejo de la realidad, no como un rasgo característico ni específico. Los toros celebran la virilidad. En la acepción de la testosterona, desde luego, pero también en la noción latina de la virtud.
Los toros son un escándalo porque constituyen el arte al que aspiran todas las demás artes, igual que todos los deportes aspiran al boxeo. La coreografía del erotismo y la muerte predisponen una dialéctica arrebatadora. La creatividad efímera e irrecuperable. Es la razón por la que Calvo ponderaba la transgresión y la vanguardia como argumentos inequívocos de la tauromaquia. Los toros son un arte extremo, incómodo. E impropio de una sociedad inodoraincolora e insípida.
Los toros son un escándalo porque suscitan la pulsión prohibicionista de los Estados protectores. Sánchez e Iglesias quieren abolirlos para remarcar el intervencionismo y la doctrina. Claro que una sociedad puede abjurar de la tauromaquia. Y suprimirla de sus hábitos, de sus costumbres, pero no porque un Gobierno se entrometa en las libertades e imponga el catecismo laico.
No es la única perversión política. También intoxica la tauromaquia Vox cada vez que la tergiversa como una tradición celtibérica e identitaria. La máxima figura del toreo es un peruano. Y la plaza de Las Ventas la gestiona un lúcido empresario francés, Simón Casas. La tauromaquia es mediterránea y trasatlántica. Y españolísima, pero no como una canción de Manolo Escobar, sino como un reflejo cultural descarado y subversivo. El torero a pie nace como un desafío al aristócrata del caballo. Los toros son populares en la acepción más heterogénea y más abierta. Vincularlos a la derecha es tan ridículo como condenarlos desde la izquierda. O como amarlos o refutarlos desde el nacionalismo. La prohibición pionera de Cataluña sometía la tauromaquia a una contorsión identitaria. La españolidad condenaba su porvenir. Y constreñía a los aficionados catalanes a cruzar la frontera para asistir a las corridas en... Francia, como sucedía en los tiempos de los libros prohibidos y de las películas eróticas. De hecho, el problema de prohibir los toros no son los toros, sino la prohibición. Ha comenzado a arbitrarse en nombre del bienestar animal. Y del bienestar infantil, pues Iglesias quiere generalizar el impedimento del acceso a los menores de edad. Alejarlos de los templos del mal, de las madrasas, protegerlos de sus padres en una suerte de 'pin taurino' que se antoja moralista y sermonero.
El escándalo de los toros puede convertirse en su salvación. Tanto las sociedades se amaneran, edulcoran, infantilizan, estandarizan y amuerman, tanto resulta atractivo y provocador asomarse al vértigo que propone un acontecimiento transgresor y vanguardista. Lo decía Carmen Calvo, aunque no resulta desdeñable el porvenir de clandestinidad. Corridas de toros secretas, novilladas alevosas en una sociedad gobernada por la sumisión de los humanos a los gatitos.

Rubén Amón. Publicado en El Confidencial el 27 de enero de 2020.

Seriedad en lo que quieres

SOBRIEDAD Y CARNAVALADA
Con muy raras excepciones, casi todas las obras de arte que me han conmovido tenían un elemento común: la sobriedad. O cierta contención, o que no fueran muy explícitas ni desde luego desgarradas, histéricas ni altisonantes. Una pieza de Bach o de Schubert me emociona mucho más que el celebérrimo concierto romántico de Rachmaninov o que el Brahms más desatado. Un cuadro de Velázquez o Rem­brandt más que una sobrecargada escena de Rubens o El Bosco o Delacroix. Una película de Ford o Hitchcock o Renoir más que el mayor melodrama (y los hay maravillosos, eso aparte). ‘Los muertos’, de Joyce, infinitamente más que su narcisista Ulises; Conrad siempre más que Dostoyevsky. En numerosas películas mediterráneas, cuando veo a la gente llorar y gritar desconsoladamente ante la muerte de un ser amado, me cuesta creerme su dolor, por muy auténtico que sea. Lo mismo al ver las noticias: las personas que lloriquean con motivo o sin él, por cualquier cosa; las que se indignan aspaventosamente ante las cámaras, las que repiten sin cesar cuánta pena les da tal situación o cuánto quieren a los suyos o a las focas, las que braman contra las injusticias sobreactuando…; seguramente sean sinceras, pero suenan a mentira y farsa, y en seguida me entran dudas de si lo que más les importa es que se admire su rabia o su desesperación, y no tanto que se condene el origen. Con su exhibicionismo anulan los problemas, que pasan a segundo término. Parecen estarnos diciendo: “Miradme cómo padezco, cómo me emociono, cómo me sublevo, cómo me apiado”.

Por desgracia, la sobriedad ha sido expulsada del mundo, incluso en los países más sobrios y flemáticos: un mal augurio fue la muerte de Lady Di, que llevó de pronto a los ingleses a comportarse como rocieros ante su Virgen o como napolitanos en un entierro. Si Inglaterra se pone a gimotear y pierde las formas en el duelo, poca esperanza nos queda, pensé. Esta es la razón por la que hoy en día sospecho hasta de las mejores causas, las más nobles. Todos estamos de acuerdo (salvo Trump y otros desalmados) en la gravedad del calentamiento global. Pero cuando a la cumbre celebrada en Madrid la invaden las carnavaladas; cuando hay jóvenes que actúan ante la adolescente sueca como las novicias más ñoñas de antaño al avistar al Papa de turno; cuando se escenifican performances con musculosos indígenas y demás patochadas, a uno le es casi imposible seguir tomándose la cuestión en serio. No se calibra el daño que hacen a las buenas causas la falta de sobriedad y el auge del folklorismo. Ya no hay manifestación sin batucadas, disfraces y bailoteos. Da la impresión de que mucha gente está pasándoselo en grande con su protesta, de que ésta es en el fondo un pretexto para apiñarse en las calles y sentirse rebaño. Las quejas se confunden con los festejos populares típicos del verano. Y así no hay forma de captar la trascendencia de las reivindicaciones. Todos se han vuelto cursis: los políticos clausuran sus mítines cogidos de la mano y meciéndose al son de una cancioncilla; también bailan la suya, insultante para la mitad de la población, ciertas mujeres airadas. Los animalistas puede que lleven razón en algún punto, pero cada vez que se desnudan en una plaza, se untan de simulada sangre y se tiran por el suelo teatreramente, el escepticismo se instala en el ánimo del espectador y le dan ganas de mandarlos a paseo con sus mamarrachadas.
Los llamados “sin techo” están en situación angustiosa, y la vemos a diario en nuestros barrios. Pero cuando unos frívolos “solidarios” deciden pasar una noche al raso para “visibilizar” el problema, me provocan repugnancia. Calman sus conciencias y “juegan”, durante unas horas, a ser individuos sin hogar, y el rechazo que suscitan consigue insolidaridad: habrá otros que piensen: “No quiero tener nada que ver con estos irrespetuosos y falsos”. Durante años los independentistas catalanes se han dedicado a montar coreografías y a venderles camisetas varias a las familias y a los jubilados, que en cada ocasión han acudido y comprado con espíritu de merienda o de picnic, llenando su tedio y sintiéndose “útiles” en su obediencia, o en la estafa prolongada de la que son víctimas. Inconcebible tomarse en serio sus aspiraciones, como también el pavoneo de los señoritos encapuchados, pendencieros y violentos, que luego exigían que se les aprobara el curso, por patriotismo. (Inconcebible, salvo por las reminiscencias alemanas de todo ello.)
Mientras todo esté distorsionado por las carnavaladas, difícil será que nadie preste atención a las reclamaciones. Lo mismo que esas carreras “por el cáncer de mama, por las enfermedades raras” o por cualquier pretexto incongruente para salir a sudar en masa. Hoy abundan los libros en los que se afirma que esto o aquello “es hermoso”, que “sólo el amor nos salva” o que “me sentí devastado” (con el anglicismo inevitable). Cuando se escriben ufanamente tales bobadas sonrojantes, uno arroja el volumen bien lejos. Idéntico riesgo corren las luchas más justificadas y acuciantes, mientras todo sea histriónico y exhibicionista, y la sobriedad no regrese.
Autor: Javier Marías. Publicado en El País el 6 de enero de 2020.

Diferencia entre Nacionalismo y autodeterminación

Cataluña y el derecho a la autodeterminación
Al día siguiente del mensaje navideño del Rey, el presidente de la Generalitat, Quim  Torra, aludió al mismo: “Ayer oíamos que Cataluña era una seria preocupación. No, lo que es una seria preocupación es el Estado español en Europa. Un Estado que vulnera los derechos humanos, que incumple las resoluciones de los tribunales de justicia europeos y que niega a los catalanes su derecho inalienable a ejercer la autodeterminación”.Naturalmente, todas estas acusaciones son un disparate sin fundamento alguno aunque por razones de espacio no vamos a refutarlas. Solo pondré en cuestión el último inciso, que he destacado en cursiva: ¿Cataluña tiene derecho a la autodeterminación?
El separatismo catalán reivindicaba hace unos años el “derecho a decidir” de Cataluña pero en los últimos años, con Puigdemont y Torra, se ha recuperado la terminología clásica: dicen pretender ejercer el “derecho de autodeterminación”. ¿Por qué este cambio?
Probablemente por la inconsistencia teórica del concepto “derecho a decidir”, una improvisada invención española de los últimos años, primero del nacionalismo vasco y luego del catalán, sin ningún arraigo más allá de nuestras fronteras ni reconocimiento alguno en el derecho interno de ningún país y tampoco en el derecho internacional. Sin embargo, la utilización del término derecho de autodeterminación ofrece todavía más problemas, tiene un encaje jurídico mucho más difícil. Precisamente para eludirlo los nacionalistas catalanes optaron por el confuso, e infundado, derecho a decidir.
El problema obvio para que el derecho de autodeterminación le sea reconocido a Cataluña es que no reúne, ni de lejos, las condiciones que le permitirían invocarlo. Ir por el mundo reclamándolo es hacer el ridículo, ningún Estado atenderá las peticiones del Gobierno catalán porque éste confunde y mezcla dos conceptos muy diferentes: el principio de las nacionalidades y el derecho de autodeterminación. Veamos ambos conceptos y llegaremos a la conclusión de que su naturaleza es distinta: uno es ideológico y el otro jurídico.
El principio de las nacionalidades es común a los movimientos nacionalistas que se iniciaron a principios del siglo XIX. Su formulación es muy sencilla: toda “nación identitaria” tiene derecho a dotarse de un Estado independiente y soberano. Por nación identitaria —en contraposición a nación jurídico-política— se entiende aquel pueblo que está determinado por elementos que se pretenden objetivos, por ejemplo, entre los más habituales, la lengua, la historia, la religión, la raza, la cultura, la tradición o las costumbres. De acuerdo con este concepto, todos o algunos de estos elementos configuran una “identidad colectiva” al establecer un vínculo sentimental entre sus habitantes. Según el principio de las nacionalidades, este tipo de nación tiene derecho a constituirse en Estado y debe ser reconocido como sujeto de derecho dentro del concierto de los demás Estados que constituyen la comunidad internacional.
Esta conversión de las naciones identitarias en Estados, más o menos factible al desintegrarse los imperios (por ejemplo, el alemán, el austrohúngaro y el otomano tras la I Guerra Mundial), ofrece numerosas dificultades prácticas cuando se pretende ejercer dentro de Estados ya constituidos al dar lugar a peligrosos conflictos que frecuentemente, si no se llega a acuerdos, se resuelven mediante el empleo de la violencia física, normalmente militar.
Tras las dos sangrientas guerras mundiales, un objetivo básico del nuevo derecho internacional, cuyo origen está en la Carta de las Naciones Unidas de 1945, fue reafirmar como elemento básico para la convivencia pacífica el principio de integridad territorial de los Estados. Lo que pretendía este derecho internacional era conseguir la paz y la seguridad entre las naciones mediante las reglas del Estado de derecho y la garantía de los derechos humanos. Por esta razón establecía como fundamental el principio de integridad territorial de cada Estado ya constituido, admitiendo, sin embargo, como excepción y por justificadas razones, el derecho de autodeterminación de uno de sus territorios.
¿Cuáles eran estas razones excepcionales por las que se legitimaba el ejercicio de este derecho a la autodeterminación? La negación o desigualdad en la titularidad y ejercicio de los derechos humanos y las libertades fundamentales entre los miembros de una parte del Estado. En ningún caso, en ninguno, el fundamento del derecho a la autodeterminación se ha justificado por una (supuesta) “identidad nacional” sino siempre, siempre, en la discriminación entre ciudadanos, es decir, en la desigualdad de derechos fundamentales entre sus habitantes.
En definitiva, en el derecho internacional, son sujetos del derecho de autodeterminación aquellos miembros de un Estado residentes en un territorio determinado cuyos derechos sean distintos y de peor condición al de aquellos otros que habitan en otras partes del mismo Estado. Es el caso de los miembros de los pueblos coloniales respecto de los de la metrópoli.
Pongamos un ejemplo, ya lejano en el tiempo, entre los muchos que podríamos traer a colación. Los habitantes nativos de Kenia cuando esta era una colonia británica tuvieron derecho a la autodeterminación, y lo ejercieron, porque sus derechos no eran equiparables a los de los ingleses, las leyes por las que se regían unos y otros —todas aprobadas por el Parlamento británico— eran muy distintas y discriminaban claramente a los keniatas. Lo relevante no era que Kenia fuera una nación identitaria —por razón de raza, idioma, cultura o religión— sino que los colonizados keniatas no tenían ni mucho menos los mismos derechos que los metropolitanos británicos.
Esta es la base jurídica del derecho de autodeterminación, como hemos dicho una excepción al principio de integridad territorial. Este último, ya implícito o vagamente expresado en normas internacionales anteriores, está reconocido expresamente en el punto 6 de la muy trascendente Resolución 1514 (1960) de la Asamblea General de la ONU, denominada comúnmente Carta Magna de la Descolonización: “Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas”.
En España se habla con frivolidad y desconocimiento del derecho a la autodeterminación. Unos, como Pablo Iglesias y su partido, lo utilizan en el sentido leninista; otros, como es el caso de los independentistas catalanes —sean los de Torra o los de Junqueras— lo confunden con el principio ideológico de las nacionalidades. En el derecho internacional vigente —al que están sujetos los actuales Estados— el derecho a la autodeterminación es una excepción al de unidad e integridad territorial de los Estados solo aplicable por motivos de desigualdad de derechos, de discriminación entre ciudadanos, no por razones identitarias de tipo ideológico.
Así pues, tanto unos como otros, lasciate ogni speranza: Cataluña no tiene derecho a la autodeterminación.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional y fundador de Ciudadanos.
Publicado en El País el 8 de enero de 2020.

Respuesta de de María Elvira Roca Barea

Respuesta de de María Elvira Roca Barea 

De un texto de Don Edgar Straehle Porras, profesor de la Universidad Abierta de Cataluña, está sacado casi todo lo que doña Patricia Rodríguez Blanco publica en El País en una página sin precedentes, creo, en la historia del periodismo español. Tengo ese honor.
Doña Patricia Rodríguez Blanco sabe perfectamente en cuántos errores intencionados y tergiversaciones incurre el señor Straehle Porras porque hemos intercambiado correos electrónicos al respecto. Esto, sin embargo, no le ha causado la menor preocupación. Quiere decirse que le consta casi todo lo que viene a continuación.
1. La comparación entre los nazis y los aztecas efectivamente no está en el texto citado de Clendinnen sino en una entrevista de esta autora que puede leerse aquí.
Puede hallarse también en Alon Confino (Foundational Pasts: The Holocaust as Historical Understanding, Cambridge University Press, pág. 129). De manera que tenemos que la comparación entre los aztecas y los nazis no es fruto de mi imaginación sino que también la han hecho otros autores entre ellos la propia Clendinnen.
2. Lutero en la Noche de los Cristales Rotos
Las relaciones del nacionalismo alemán más virulento con Lutero y la iglesia luterana son difíciles de obviar. Incluso en años muy recientes, como puede verse en un cartel de hace poco del partido NPD en Alemania. Es cierto que esta horrible noche fue presentada por las autoridades nazis como una reacción espontánea de la población por el asesinato de Ersnt vom Rath pero no lo fue. Es extraño e inquietante que alguien se haga eco de este argumento a estas alturas. Se trató más bien de una excusa. Y desde luego no es creación mía la asociación de este hecho lamentable con el cumpleaños de Lutero, como se hizo en su época y recientemente, tal y como relata, por ejemplo, Hans Martin Kirn. 
3. Propaganda protestante y católica
Olvida señalar El País que en Imperiofobia se está tratando de la zona de Estrasburgo. Resulta evidente que si se amplía esta zona geográfica también se ampliará el número de escritos propagandísticos, tanto protestantes como católicos. Resulta muy obvio.
4. Ejecuciones de Calvino
Calcular el número de muertes que produjo el calvinismo en Ginebra solo puede hacerse por aproximación y varía de unos a otros autores. La mejor forma de hacerse una idea de cómo funcionaba este régimen de terror es el libro de Stephan Zweig titulado Castellio contra Calvino que aparece mencionado en la bibliografía, cosa que El País parece ignorar. Las cifras que se mencionan en Imperiofobia son de esta obra que está citada a pie de página, aunque doña Patricia no lo señala.
5. Los incas, los españoles y el reportaje de La 2
Este es un momento especialmente brillante de doña Patricia Rodríguez Blanco. Puede el lector comprobar en el vídeo que aquí se ofrece que lo que se oyó en esta cadena de televisión española es exactamente lo que se dice en Imperiofobia (pág. 459 de la edición 31). ¿Esto es torpeza o vileza?
6. El trato en las colonias
Que hubiera quejas, discriminaciones o incumplimientos de las leyes no convierte en inexistente el régimen virreinal ni su arquitectura administrativa y jurídica. De la misma manera que las violaciones de una ley no la invalidan. Las cárceles están llenas porque no se cumplen las leyes ni aquí ni en Dinamarca. Y por eso mismo hay policía y jueces en todas partes. Por supuesto que había discriminaciones y ladrones y asesinos. Como ahora.
7. Batallas de Ultramar
La mención a este conflicto no supone cambio alguno para el contenido del texto ni afecta a su sentido. No está desde luego entre las grandes guerras de la época, que es aquello de que se trata, ni puede remotamente compararse con las que se mencionan como grandes conflictos bélicos en los que España se haya visto involucrada. Voy a ayudar a Straehle-doña Patricia con otro gazapo. Se dice en Imperiofobia que a Enrique VIII le sucedió María I, hija de Catalina de Aragón. Pues no es exactamente así. Entre uno y otra fue reina de Inglaterra durante 9 días Juana Grey en 1553. Ambos asuntos, como se ve, son de crucial importancia en el desarrollo argumental de Imperiofobia y su omisión modifica radicalmente el contenido.
8. La reina Isabel y sus persecuciones
Estas son las citas de W. Cobbett que Straehle-doña Patricia parecen no haber leído:
"Cuando uno mira los hechos, cuando uno ve a qué abyecta esclavitud redujo Elizabeth a la nación y, especialmente, cuando ve esta comisión [se refiere a la High Commission creada para perseguir la disidencia religiosa], es imposible para nosotros no reflexionar con vergüenza sobre lo que hemos estado durante tanto tiempo diciendo contra la Inquisición española, que desde su inicio no ha cometido tantas crueldades como esta primera reina protestante cometió en un solo año de los cuarenta y tres de su reinado", pág. 362.
Y hay más: "[Dada la incertidumbre entre la población provocada por la presencia de la Armada] si los católicos hubieran hecho caso a su justo resentimiento, podrían haber incrementado la sensación de peligro; por tanto, la generosidad de su conducta al no hacerlo, hubiera merecido alguna relajación en el cruel trato que habían padecido hasta el momento bajo su cetro de hierro (el de Isabel I).
No se produjo, sin embargo, tal relajación; fueron incluso tratados con todo tipo de bárbara crueldad, sujetos a una inquisición infinitamente más severa que aquella que la de España haya o hubiera tenido jamás, e incluso bajo la mera sospecha de desafección, encarcelados, torturados y no de manera infrecuente condenados a muerte", pág. 362.
Y hay más: "Hablemos de las Hogueras de Smithfield [lugar de ejecuciones en Londres que forma parte desde Fox del imaginario protestante]. Hogueras, ciertamente que todos los católicos severamente condenan, pero qué, ¡buen Dios!, fue la muerte de aproximadamente doscientas setenta y siete personas, aunque cruel e inmerecida, en relación a los tormentos arriba descritos que se infligieron por más de doscientos años sobre millones y millones de personas, por no hablar de los miles y miles de católicos que fueron durante ese periodo, torturados hasta la muerte, asesinados en prisión, colgados, destripados y descuartizados", pág. 362. 
Como verá, no se ha torcido ni violentado la información de Cobbett. Al contrario. Más bien se ha pretendido evitar entrar en guerras de cifras de muertos y horrores. Lo dicho en Imperiofobia es suficiente para que quede claro que la intolerancia religiosa no fue en España ni más virulenta ni más cruel que en otros lugares de Europa. Si a alguien interesa que la mayor parte de los españoles siga creyendo esto, que tenga la bondad de explicar sus motivos.
9. Las ejecuciones de la Iglesia anglicana
El título de este apartado es erróneo porque la Iglesia anglicana como tal no ejecutó nunca a nadie. Jamás he afirmado yo tal cosa. Son "titulares" de doña Patricia. En Inglaterra eran los tribunales civiles los encargados de reprimir la disidencia religiosa. Estas son las fuentes. Los datos no son míos:
"Sir James Stephen deduce 'que si el promedio de ejecuciones en cada contado fue de 20 o un poco más que un cuarto del número de sentencias capitales en Devonshire en 1598, esto supondría 800 ejecuciones al año en los 40 condados ingleses', esto es 11.200 en 14 años, contra las de Torquemada (6.024) en el mismo periodo y alguna reducción sobre 264.000 ejecuciones en un periodo de 330 años, la duración de la Inquisición en España contra los 23.112 de Llorente y los 202.244 condenados por este tribunal en este periodo". Esto lo afirma Sydney Smith, clérigo anglicano, apoyándose en los datos de Stephen. 
10. Protestantes perseguidos por la Inquisición
No es lo mismo encausado que condenado ni es lo mismo condenado que condenado a muerte ni es lo mismo luterano que protestante.
Efectivamente el título está incompleto por error, que será puntualmente subsanado. Schäfer da la cifra de 220 ejecutados, que es la que aparece en mi texto. De hecho doña Patricia tampoco da el título completo que es Protestantismus und der Inquisition im 16. Jahrhunder. Nach den Originalakten in Madrid und Simancas bearbeitet. Y la cifra de 12 ejecutados procede de los martirologios luteranos, en los que no aparecen reconocidos otros mártires protestantes. Habrá que sugerirles que varíen su criterio. Francamente no se acierta a entender qué es lo que quiere señalarse en este punto. Aparte de enredar. Datos mucho más actualizados que los de Schäfer están en Historia de la Inquisición española de Jaime Contreras.
11. Las torturas de la Inquisición
Este es otro momento especialmente ilustrativo de las tergiversaciones de doña Patricia. En los vídeos que se adjuntan puede oírse al profesor Haliczer afirmando exactamente lo que se dice en Imperiofobia.
El visionado de la totalidad del documental The Myth of the Spanish Inquisition es muy recomendable ya que en él intervienen numerosos historiadores y por lo tanto es extremadamente difícil de manipular.
12. Propaganda en la Rebelión en Flandes
El señor Straehle-doña Patricia olvidan señalar cuál es el desarrollo argumental en que la cita se inserta y este es el de la propaganda (la guerra de papel) que ha convencido a los habitantes de los Países Bajos, tanto en las clases bajas como en las altas, de que sus impuestos son un abuso. Parker atribuye esto a que están mal informados y no se extraña de que la gente común lo esté puesto que también lo está la gente aristocrática como el conde de Lalaing. Hasta ahí lo que Parker señala. Lo que yo añado es que no se trata de hecho de mera desinformación, sino que esta había sido conscientemente provocada a través de la propaganda orangista. Lo que se elimina con los puntos suspensivos no añade ni quita nada al argumento principal y por esto va en puntos suspensivos. Es más: precisamente esta frase suprimida viene a reforzar la idea desarrollada por Parker y por mí recogida de que las rebeliones en los Países Bajos nacieron de la oligarquía y no fueron populares. Obsérvese que la frase "peor informados representantes de los contribuyentes convocados a los Estados Generales en marzo de 1556" no supone cambio alguno a la exposición de la idea central, que es la influencia de la propaganda en la opinión pública. Ni tampoco la presencia o ausencia de Lalaing, cuya peripecia personal no se trata en el texto.
El señor Straehle-doña Patricia-El País extraen la cita de su contexto y atribuyen la supresión mentada a intenciones imaginadas pero que, con el texto delante de los ojos, no tienen absolutamente nada que ver con el tema que se está tratando, como cualquiera puede comprobar. De hecho la frase puede añadirse y no cambia en nada el sentido de los párrafos.
El error en la fecha ya está corregido.
13. Anticatalanes y antiaragoneses
Como cualquiera puede comprobar, el texto de Arnoldsson trata de los prejuicios anticatalanes y también antivalencianos (las putas valencianas, por ejemplo) y no parece que sea faltar a la verdad considerar ambos englobados bajo la denominación antiaragoneses para referirse a la primera etapa de la hispanofobia. El señor Straehle que es un independentista no nacionalista (pendiente de exégesis) saltó como un resorte ante la posibilidad de que lo catalán quedara anegado e invisible en lo aragonés. Puede que él y doña Patricia-El País consideren que lo catalán engloba también a lo valenciano, pero este es un punto de vista francamente discutible.
14. La alucinación colectiva
El libro de Arnoldsson, que es magnífico, resulta esencial en el estudio de la leyenda negra. Sus planteamientos, sin embargo, no son compartidos al cien por cien por todos. Así Maltby, por ejemplo, rechaza la idea de Arnoldsson de que la leyenda negra se iniciara en Italia y fuera luego copiada en otros lugares de Europa. Maltby insiste que en no debe darse prioridad a unas fuentes sobre otras con el consolador principio de la cronología. Que la leyenda negra no se acabó en la época que Arnoldsson indica es algo que dicen muchos autores, no solo yo. A su pervivencia posterior dedica Powell los capítulos finales de la parte II: Hispanoamérica adopta la leyenda negra Continuidad hispanofóbica en los Estados Unidos. Esto se publicó mucho antes de que el ayuntamiento de Los Ángeles suprimiera el Columbus Day o fueran destrozadas o decapitadas las estatuas de fray Junípero Serra o López Obrador manifestara su singular sentido de la historia. Para lo mismo tiene también interés la parte III del libro de Powell. También abunda sobre ello García Cárcel, que aunque niega la leyenda negra se ocupa de ella, en su La leyenda negra. Historia y opinión en el Capítulo 3 titulado Siglo XIX: nacionalismo y criollismo y el capítulo 4, Siglo XX: entre conmemoraciones y desagravios. Y hay mucho más sobre esto. Muchísimo más, aunque el señor Straehle y doña Patricia parecen ignorarlo con empeño.
Evidentemente cualquier error que pueda haber en Imperiofobia será corregido, lo cual contribuirá a mejorar el libro y en modo alguno cambiará ni su estructura argumental ni su contenido. Es más si todo lo que se señala en El País fuera cierto, y ya hemos visto que no lo es, esto no cambiaría ni un 0,001 por ciento. De manera que es muy de agradecer este empeño en peinar con lupa sus cientos de páginas y referencias bibliográficas.
Los propósitos de toda esta campaña de difamación y desprestigio pueden resumirse en varios puntos, todos ellos interconectados y es importante que la opinión pública los conozca.
1. El asunto de la leyenda negra es de derechas. Obsérvese que esto lo repiten obsesivamente, como un mantra, todos los implicados en la campaña, desde Villacañas a Pérez Reverte. Ello significa que es un objetivo principal. Colocada la hispanofobia en ese campo, por deslizamiento natural, cualquier alusión que haga a la leyenda negra puede ser considerada facha. Conservador, de derechas, facha, fascista, nacionalcatólico. Ello convierte a este problema histórico en un asunto político de primera magnitud en este momento. Inmediatamente, por miedo a ser considerado facha, que es una palabra temida por el español medio como ninguna otra, ya no se aludirá ni a la leyenda negra ni a la hispanofobia. Esto dejará su argumentario libre para ser usado de nuevo cada vez que sea necesario sin que haya respuesta.
Es evidente que la leyenda negra no es asunto ni de derechas ni de izquierdas puesto que existe desde mucho antes de que la derecha o la izquierda tuvieran vida. A esto hay que añadir que aquellos historiadores que han investigado y publicado sobre el particular son extranjeros en su mayoría y que sus trabajos nada tuvieron que ver con el frentismo político. Por otra parte se da la particular circunstancia de que ha sido durante el gobierno de Pedro Sánchez Castejón cuando se han producido las únicas publicaciones con beneplácito oficial relacionadas con este problema: La imagen de la presencia de España en América (1492-1898) en el cine británico-estadounidense, de Esteban Vicente Boisseau, obra premiada por el Ministerio de Defensa que dirige Margarita Robles, que es un agente doble y trabaja para la derecha, y España, una historia global, de Luis F. Martínez Montes, que fue presentada por el ministro de Exteriores Josep Borrell, que también debe ser un agente doble. Tendremos entonces que considerar que el gobierno socialista colabora con los conservadores proporcionando argumentos a la derecha.
2. El siguiente objetivo es que cale en la opinión pública que la leyenda negra ya no existe. El propósito es el mismo: dejar en franquía su argumentario para que pueda ser usado a voluntad. La hispanofobia, como explicó Rafael Altamira, otro fascista irredento que murió en el exilio en México en 1951, es una herramienta de guerra, que si no se desactiva puede ser empleada una y otra vez.
3. La campaña tiene otro propósito: aviso a navegantes. A la vista del linchamiento mediático que se ha desatado contra mí y mi trabajo, ya sabe cualquiera que decida escribir sobre la leyenda negra y la hispanofobia o investigar sobre alguna de sus múltiples manifestaciones lo que le va a caer encima, especialmente en el ámbito universitario. Nadie que quiera tener una carrera académica si no exitosa al menos confortable osará meterse en este jardín. De manera que silencio. Sobre todo silencio. Es una forma de intimidación que acobardará a los jóvenes y devolverá la leyenda negra a la situación anterior a la publicación de Imperiofobia: a las catacumbas de algunos investigadores que probablemente tendrán que seguir siendo extranjeros.
4. La publicación de Imperiofobia concitó un extraño acuerdo y lo que parecía un principio de reconciliación de los españoles con su historia. Es por lo tanto esencial para los promotores del frentismo acabar con esto por cualesquiera medios a su alcance, toda vez que es prioritario eliminar todo aquello que pueda provocar acuerdo o consenso en la sociedad española de hoy. Y es particularmente importante que los españoles mantengan una relación conflictiva o atormentada con su historia, porque esto producirá más complejos y una fuente inagotable de conflictos internos que será aprovechada por quienes buscan en estos momentos tensionar la vida pública española en su propio beneficio.
La campaña de desprestigio continuará sin duda. Sin embargo, los Villacañas, Martínez Shaw, Straehle, Pérez Reverte, El País y otros tendrán que bailar solos. Es posible que pronto se publique que quien aparece en el documental The Myth of the Spanish Inquisition no es el profesor Haliczer sino un avatar suyo fabricado por mí o que Imperiofobia es el resultado de haber plagiado un papiro de Oxirrinco. No cuenten con mi participación. Mi tiempo y mi energía no se van a desperdiciar en dar combustible a esta burda y deshonesta maniobra de linchamiento mediático. De otro modo cabe el peligro que anunciaba la vieja fábula:
Peregrinos a la Meca / a la par iban dos árabes / y los perros al camino / les salían a ladrarles / Sin hacerles caso el uno / prosiguió siempre adelante, / pero, airado, el otro, piedras / no cesaba de tirarles. / De la Meca al año justo / regresaba el caminante / y halló al otro todavía / enredado con los canes. / "Pero, infeliz, ¿no comprendes / que hasta el fin de su viaje / nunca llega el que hace caso / de los perros que le ladren?".
Esta campaña me ha refirmado en mi confianza en el futuro. Porque Imperiofobia es solo un libro. Solo un libro de una maestra de pueblo. Como explicó Ilya Prigogine en su teoría del caos, pequeñas variaciones en las condiciones iniciales de un proceso determinan resultados totalmente diferentes. A veces cosas muy grandes dependen de cosas muy pequeñas. El futuro no está escrito y las grandes crisis son también grandes oportunidades.

Comentarios sobre Imperiofobia y Leyenda Negra por parte de Edgar Straehle

Comentarios sobre Imperiofobia y Leyenda Negra por parte de Edgar Straehle.

Parte I:

https://conversacionsobrehistoria.info/2019/07/21/historia-y-leyenda-de-la-leyenda-negra-i-el-retorno-de-la-leyenda-negra-y-roca-barea/

Parte II

https://conversacionsobrehistoria.info/2019/07/28/historia-y-leyenda-de-la-leyenda-negra-ii-la-respuesta-de-villacanas-a-imperiofobia/


Parte III

https://conversacionsobrehistoria.info/2019/08/01/historia-y-leyenda-de-la-leyenda-negra-y-iii-reflexiones-finales/